14 - What A Wicked Game To Play

10 1 0
                                    

Apenas salir del hospital, me dirigí a mi departamento. Triste, vacío, me lleno de melancolía por mejores épocas. Decidí que me iría, no definitivamente, sino quince días con aquella perfecta diosa llamada Abigail, y quince días con mis "amigos".

¿Qué tan difícil podía ser? Aun seguía recibiendo dinero de parte de mi pobre madre, que aun no estaba enterada de que había abandonado los estudios y mi trabajo.

Estaba dopado, a un nivel en que mi inseguridad se apagaba, y yo olvidaba cualquier dolor. Era feliz sin tener que recordar fantasmas de un pasado cercano que me atormentaban al estar limpio en mi sistema.
Abigail era cada vez más hermosa cuando la veía, cuando sentía su presencia, y su cuerpo pegado al mio, tener a alguien junto a mi era relajante, sobre todo cuando la soledad me invadía. Pero ella no hablaba. No conversábamos, no interactuábamos excepto por el sexo; porque, para variar, ya no hacíamos el amor. Follábamos. Como animales. El cuarto era cada vez un desastre mayor: alimentos a medio comer, frascos de pastillas vacíos y condones usados esparcidos por todo el cuarto.  Nos acostumbramos a ello, moldeábamos la amalgama del vacío.

Era asqueroso, el lugar olía a sudor, a desesperación. Un ambiente toxico que era capaz de matar cualquier cosa que se atravesara. Odiaba el lugar, y el sentirme así. Odiaba todo excepto a ella, si seguía ahí, era por ella. Pensé que la amaba, pero no era amor, era una ilusión. Abi representaba un idealismo obsceno, un premio de consolación por no tener a la perfecta Andy, así que mi cabeza pensaba en ella como la perfecta Abigail. Era mi Dulcinea encarnada en Maritornes, mi diosa perfecta que llenaba el vacío que enfrentaba. Mi compañera en desgracia, temerosa de su muerte, y yo, su fiel perro dispuesto a ser poseído por su cuerpo y lujuria.

Pero eso no llenaba nada. No me hacía sentir mejor, solo no me hacía sentir. La soledad seguía ahí; intima, desoladora, inconsolable.
¿Qué es la existencia sino una soledad acompañada?

Nuestros cuerpos se encontraban con calor y furia, no más amor. No más cariños. Cada momento más se sentía como un castigo divino y menos como una pasión carnal. Tal vez era una epifanía, tal vez la perfecta diosa Abigail bajaba del Olimpo para bendecir con su cuerpo a un pobre mortal torpe como yo. Tal vez por ello su cuerpo era perfecto. Su boca una bendición, y sus mamadas, divinas.

Con los quince días pasados, volví al apartamento, que cada vez era más gris. Su iluminación parecía más tenue. Encontré a Lucille con un compañero de trabajo, mientras discutían sus asuntos laborales. Ella escribía con rapidez en una de esas laptops antiguas, grandes y estorbosas. Pasé de ella, creo que ni salude al entrar y fui directamente a mi cuarto, para escuchar música en la soledad; pero la música no me gustaba, y la que quería escuchar no estaba disponible para descargar.

Poco a poco, aprendí a amar el silencio. La paz que me otorgaba agarrar un lienzo y plasmar mis ideas es una que dudo encontrar jamas. Pinte por días, pero todo lo que salía de mis manos era Abigail. Era extraño, esa sensación de creer conocerla, de pensar que era perfecta y no tenía errores, que tal vez era una buena persona y en el fondo temer que sea mala; creo que eso es lo que idealizar significa.

Cuando Thomas volvió a casa, me alegré bastante. Jugamos mortal kombat juntos durante un rato, mientras me contaba como le iba con sus compañeros de escuela.

- Dude, te perdiste de mucho ahora. -Dijo, intentando fingir compasión por mi.- Deberías de volver a la escuela.

- Recibí una carta del rector -Comente, sin quitar los ojos de la pantalla.- Me temo que he sido expulsado por faltas.

- Esa es una mierda pesada, ¿eh?

- Sí, eso creo.

- A Lucille no se le pasa el enojo aun. Esta resentida por lo que pasó entre ustedes, y siento que fue muy brusca contigo.

- No importa. Yo también fui un patán, la entiendo perfectamente. ¿Tú no estas enojado conmigo?

- Solo estoy frustrado, tipo. ¿Sí sabes lo que digo? Un día estoy con mi amigo jugando videojuegos, y al día siguiente esta con drogas hasta el culo con un paro cardíaco.

- Lo siento. No volverá a pasar.

- No tienes que justificarte, ni nada, pero no te mueras. Te aprecio demasiado para que mueras.

Es curioso. Estábamos demasiado lejos en aquel entonces, su amistad se desvanecía en el espacio enorme que quedaba entre ambos. Estaba tan disociado de todo esto, y siento que no le apreciaba tanto ya. Una lastima, Thomas, yo te quería tanto como un hermano, pero ni siquiera puedo recordar porque.

- Aun no me has dicho su nombre. -Dijo, en un hilo de voz.

- ¿De quién? -Pregunté, completamente extrañado de la pregunta.

- De la chica.

- ¿Cuál chica?

- A la que le has estado jodiendo hasta por las orejas.

- No tengo ni idea de que hablas, amigo.

- Vamos, no puedes engañarme. Te vas dos semanas, vuelves con la misma ropa que llevabas. Hueles a perfume de mujer, y aun no creo que te postules a Drag Queen.

- Tal vez haya conocido a alguien.

- No pensé que te recuperaras tan rápido de Andy.

- ¿Quién?

- Sí, hermano, te recuperaste demasiado rápido.

- No importa. Esta chica, es genial. Es perfecta amigo, te prometo que es mi tipo.

- ¿Ella sabe de tu problema con los sedantes?

- No. Aun. Espero que no lo haga. -Mentí con delicadeza.

- Hey, no me hagas un fatality, por favor.

- Esta bien, te dejare morir con dignidad.

- ¿La conozco?

- Lo dudo. La conocí al otro lado de la ciudad.

- ¿Tienes alguna foto? Oh, ya sé, ¿No la has pintado últimamente?

- No. Deja las cursiladas aparte, sabes que no la pintaría.

- No, le escribías un poema.

- Jodete.

- Tú jodete. -Contesto, riendo con confianza.

Se puso de pie, y apago la consola. Mientras se iba a su cuarto, volteó la cabeza y hablo.

- Chance, de Chanel.

- ¿Qué?

- Es una fragancia bonita la que Abigail y tú llevan.

Un portazo. Silencio.

Él sabía. Era indudable. Volví a mi cuarto, y dibuje otra vez a Abi, estaba seguro de que tal vez si le mostraba mi arte, se enamoraría de mi. Pobre iluso. Acabé el retrato a lo largo de la semana.
Lucille trajo a un chico a casa, pensé lo peor y escuchaba música para no escuchar su ruido. La odiaba ahora mismo, y ni siquiera sabía por qué. ¿Era por Abigail? Tal vez debía de presentársela, ¿Pero, cómo lo haría? ¿Cómo la traería a casa? ¿Si la conocía, se caerían bien? No lo sabía, y era un riesgo que debía de tomar. Tal vez debería presentarla como mi novia, aunque sea para darle celos a Lucille.

¿Celos? ¿De qué?
¿Mi novia? Abi era todo menos eso.

¿Estaba enamorado de Abigail? Pero no quería enamorarme, y menos de ella, quería aliviar un dolor que ni siquiera recordaba porque empezó, o a quien intentaba olvidar.

El lineamiento de las emocionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora