3. El demonio

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-¡Hu!- Salté de golpe debido al susto, haciendo que el juguete emitiera un chirrido.- ¿Hugo, eso es un lobo?...

Eran dos señores, uno con barba blanca y el otro morena, se notaba que eran familia debido al parecido entre ambos, incluso me atrevería a decir que eran padre e hijo.

Los lobos, así como los perros y otros animales, tenemos el olfato más desarrollado, pero debido a la mezcla de olores no pude identificarlos ya que la pólvora aún reinaba en el ambiente sobre todos los olores que podían encontrarse fuera de la casa.

-¡Ja! ¿Ves? Te dije que había algo merodeando por la casa. Ves cargando el arma.

El señor de barba blanca me señaló como si hubiera visto un billete de quinientos. No iba mal encaminado, al fin y al cabo los cazadores quierían la piel.

-Grr...- Gruñí enseñando mis dientes intentando parecer amenazante (difícil teniendo en cuenta que llevaba una pelota de perro en la boca).

-Vaya vaya, así que este pulgoso quiere jugar.- Desenvainó la escopeta que llevaba a la espalda mientras el otro de forma torpe aún la estaba cargando.- Pues juguemos.

Sin saber cómo reaccionar me lancé hacia ellos, estos se apartaron y me dejaron el suficiente espacio como para escapar, pero aún no podía cantar victoria.

No era la primera vez que me escapaba de unos tipejos como esos, pero sabía de sobras que no sería la última. Su modus operandi era igual de simple que un puzzle de tres piezas; perseguir, apuntar, recargar.

Mientras corría podía escuchar sin dificultad alguna como éstos disparaban. Algunas balas me llegaron a rozar el pelo, otras en cambio parecían que apuntaban a los árboles, éstas seguramente disparadas por el más joven de los dos (aunque tampoco es que tuviera veinte años, lo más probable es que rozase los cuarenta y tantos).

De pronto un disparo certero seguido de un escozor en la pata trasera izquierda que hizo que por unos instantes me dejaste llevar por el terror. Indudablemente me habían dado. No pude evitar solaro un pequeño chillido de dolor, pero no paré de correr.

-¡Muy bien hijo! ¡Vamos tras él!- Mis sospechas se confirmaron de que eran familia cercana, por un momento me dió hasta envidia. Pero lo que de verdad me sorprendió fue que me diese el más torpe, eso era caer bajo.

Disparo tras disparo los fui esquivando con alguna dificultad, así hasta ver de nuevo la cascada, tenía que distraerlos de alguna forma para dejar que mi herida se curase totalmente, ya que podía notar como ésta sangraba hasta llegar a la almohadilla y eso no daba muy buenas noticias.

Cuando ya los tuve a más de un kilómetro y medio de distancia se me ocurrió volver sobre mis pasos, ya que estaba dejando un rastro de sangre. Volví lo suficientemente atrás como para confundirlos y así ganar algo de tiempo y esconderme lo más alejado que pudiese.

A mí nariz solo llegaba el olor de mi sangre y la bala que tenía incrustada en la parte dónde tendría que estar el muslo. Me tumbé detrás de un arbusto escuchando el andar de los conejos a esperarme a que sanase la herida y con suerte que ellos abandonasen ese área del bosque.

-¿Donde coño está?-Escuché decir a una voz rasposa, y que a su vez reflejaba el mal humor.

-Nos ha hecho el lío papá, es más listo de lo que creíamos.- «Tampoco era tan difícil...» Pensé.

-Puto pulgoso de mierda, al menos se desangrará con ese tiro en la pierna. No durará mucho...-No había escuchado tantas palabrotas desde que vi Billy Elliot.

Querida Alfa [COMPLETO] {1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora