Salí del departamento, apresurada y me dirigí al edificio de enfrente. Subí las escaleras hasta el último piso. Antes de tocar la desgastada y maltratada puerta suspiré, tratando de tranquilizarme lo más que podía. Después mis nudillos fueron a la puerta.
Un chico con el cabello alborotado, barba de unos dos días, de ojos claros y sonrisa bonita me abrió la puerta. Michael. Llevaba una camisa negra deslavada y unos shorts de tela, estaba descalzo y se tallaba un ojo con el dorso de la mano.
-Hola guapa – me saludó.
Él era algo así como mi proveedor de droga. Él me la vendía, desde que había comenzado.
-Hola Michael – sonreí y puse una mano en mi nuca.
-¿Quieres mercancía? – dijo en un murmullo.
Asentí débilmente.
-Espera aquí... – iba a darse la vuelta pero lo detuve.
-Michael, espera – lo llamé – Hay un problema… - me miró con el ceño fruncido, tal vez ya lo presentía – No traigo dinero… - iba a comenzar a protestar pero seguí hablando – te lo juro que si tengo, pero no lo traigo conmigo, lo olvidé.
-Ve por él – dijo de la forma más seca.
-No puedo esperar – murmuré, sentí que me ruborizaba un poco, me daba vergüenza admitirlo – Dame la droga ahorita y yo mañana o incluso más tarde puedo traerte el dinero. Te lo juro – lo miré con ojos suplicantes.
Él negó.
-No, guapa. Tú sabes que no trabajo así – contestó negando.
-Michael, sabes que puedes confiar en mí. Soy un cliente frecuente.
-Lo siento, pero no puedo. Si alguien se entera después todo mundo querrá hacer lo mismo y no puedo.
-¡Michael, por favor! – supliqué, mis ojos comenzaron a humedecerse – Lo necesito, por favor. Solo esta vez.
Negó y entonces comenzó a cerrar la puerta.
-¡Michael! ¡NO! ¡MICHAEL! – detuve la puerta con una mano - ¡Por favor!
-¡Ya te dije que no! – gritó – Sin dinero no hay nada para ti – y cerró la puerta con fuerza, justo enfrente de mi cara.
Las lágrimas no se contuvieron y comenzaron a empapar mis mejillas. Estaba frustrada, desesperada. Necesita cocaína ya. Me acerqué de nuevo a la puerta.
-¡Michael! Por favor – supliqué más, apreté los puños sin fuerza, sentía como mis uñas se me clavaban en la piel y me hacían daño- ¡Michael! – toqué la puerta y me pasé una mano por el cabello – Ya sé cómo pagarte. Cógeme. Te doy mi cuerpo a cambio de droga, pero por favor - dije sollozando – la necesito. ¡Cógeme! ¡Pu.ta madre!
La puerta se abrió, pero no del todo. Michael me miró de una forma desconcertada.
-De ninguna manera aceptaré eso Madison, te conozco y no podría hacerte eso – contestó mirándome con enfado, casi hasta con un poco de asco.
-¡Y con más razón debes de confiar en mí, me conoces! ¡La puta madre! – dije alterada.
-¡NO! Vete, lárgate de aquí, sin dinero no te daré nada- y cerró la puerta una vez más con fuerza.
Me quedé ahí respirando entrecortadamente, con ganas de romper esa maldita puerta y agarrar toda su mercancía y tirarla por el rio. Lloré, lloré con más fuerza. Me dejé caer en el piso y sollocé. No sabía qué hacer