Y de nuevo… volvía a estar sola. Me había acostumbrado tanto a la compañía de James que ahora simplemente no estaba cómoda con mi soledad. Tal vez tenía a Macy o a mi terapeuta, pero eso no sustituía la relación entre yo y James.
La primera semana fue mala, estaba triste, deprimida, enojada… él se había ido y yo me había quedado encerrada en esas malditas cuatro paredes que no me dejaban correr a ningún lado. Me la pasaba llorando, cada cosa me recordaba a él y su recuerdo dolía porque lo necesitaba conmigo.
Tal vez mi comportamiento era demasiado exagerado, porque James no se había ido solo por hacerme daño, era su obligación y su trabajo, no podía obligarlo a que hiciera lo contrario; ganas no me faltaron.
Había dicho que iba a llamarme, a mantenerse en contacto, pero no lo había hecho. Debía admitir que eso me preocupaba. Pero a nadie se le permitía tener cualquier tipo de comunicación con el exterior en las habitaciones, ósea sin teléfonos, radio, ni televisión.
Un día Macy dijo que recibió una llamada muy entrada la madrugada desde Estados Unidos, pero no había nadie para contestarla. Consideré quedarme a dormir en el despacho de la directora pero no me lo autorizó. “No te voy a consentir tus caprichos, señorita. Aquí nadie cuenta con privilegios” Había dicho Macy. Sentí que iba a explotar pero me contuve hasta llegar a mi habitación, cerré la puerta con mucha fuerza y luego me abalancé en la cama, tapando mi rostro con la almohada y dejando salir un grito lleno de desesperación y rabia. Todo era tan injusto.
Las siguientes semanas dejé de ir a las terapias grupales, en señal de protesta y por mis ánimos, que estaban por los suelos. Yo había pensado que pronto todo eso pasaría, que más pronto de lo esperado él iba a estar de vuelta, pero esos pensamientos no me animaron en absoluto. Cada vez empeoraba más.
Comía muy poco y por las noches dormía solo un par de horas. Necesitaba a James más de lo que imaginaba, él me daba la fuerza, me motivaba y me decía que todo iba a estar bien. Con escuchar su voz me hubiera conformado, solamente con ese hermoso sonido de su voz. Un saludo con ese acento que de tan solo escucharlo me dejaba sin aliento. Lo extrañaba.
Cuando alguien me hacia una pregunta yo solo contestaba con monosílabos o con movimientos de cabeza. Mi terapeuta estaba preocupado, me dijo algunas cosas a las cuales no les presté atención, solo recordaba algo como “conductas preocupantes” y “debes cuidarte”.
En consecuencia de todas esas conductas y mi mente llena de pensamientos depresivos, ocurrió algo que jamás pensé. Creo que había sido eso lo que me había advertido el doctor. La ansiedad apareció de nuevo en mi cuerpo. Era solo un malestar, nada para hacer todo un escándalo. Sin embargo, me lo guardé para mí misma y fingí cuando me preguntaban que si todo iba bien. Nadie se daría cuenta de mis pequeños ataques de ansiedad, no si sabía ocultarlo correctamente, solo esperaba que no se me saliera de las manos. No iba soportar que mi estancia en ese lugar se alargara, y yo necesitaba estar bien. Lo iba a estar y por mi cuenta iba hacer que la ansiedad desapareciera. O eso esperaba.
Madison, Madison, Madison, Madison, Madison, Madison, Madison, Madison, Madison, Madison.
Narración externa:
Un teléfono sonó en medio de un despacho, el cual estaba iluminado tan solo por una lámpara de luz amarilla. Macy se acercó al escritorio, vio el verificador de llamadas y al instante supo quién debía ser.
-¿Diga? – contestó la directora, pasando un mechón de su cabello color chocolate detrás de su oreja.
-¡Macy! Qué bueno que contestas, desde hace tiempo que he querido comunicarme – dijo una efusiva voz del otro lado, con un acento muy particular, parecía que tenía prisa ya que hablaba y atropellaba las palabras -¿Cómo estás? ¿Puedo hablar con Madison? Necesito hablar con ella. La extraño…