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Capítulo 9

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"El primer hombre que se atrevió a comer una ostra fue valiente"

―Jonathan Swift


***

Antes de salir del apartamento, le dejé pegado un post-it a Thomas en el refrigerador, avisándole que tenía la mañana libre.

En la universidad, a mitad de una clase, recibí un mensaje de él, preguntando donde estaba la playera que solía usar para hacer ejercicio; a lo que le respondí que debía estar doblado en su armario hasta el fondo. Tan pronto, respondí, dejé el teléfono olvidado en la mochila.

Mis pensamientos volvieron a tomar control de mi mente, siempre con las mismas intenciones y emociones distantes. Regresé mi falsa atención hacia adelante, fingiendo estar atenta a las palabras del catedrático, cuando en realidad me sumía en un mundo totalmente distinto. Esperando, siempre esperando a que el tiempo avanzara y avanzara hasta que olvidara haberme dejado atrás.

Comprendí que mi trabajo en el restaurante era mi ancla para no desvanecerme. De no haber recibido la ayuda de Thomas y hacer lo posible para mantener mi mente ocupada, habría sucumbido a los sentimientos de insatisfacción y desdicha.

Solté un suspiro. La realidad a la que inútilmente establecía una distanciaba comenzaba a dibujarse frente a mí otra vez. Odiaba en lo que me había convertido, aborrecía tanto no poder hacer nada para volver atrás. Perseguía colores que estaban lejos de mi alcance, que se escurría tan pronto las tocaba o me acercaba. Quizá mi mayor error estaba en el hecho de perseguir el pasado y no el futuro, pero si mis colores estaban ahí, ¿no era lógico querer volver a ellos? ¿No era evidente alejarse de un futuro descolorido?

"Me pregunto... ¿dónde habrán ido los colores?"

Preguntarlo no los traería de vuelta. En absoluto. Resultaba gracioso que preguntara sobre colores que jamás aprecié ni presté atención. ¿Por qué de pronto se sentía la vida tan monocromática? ¿Por qué nada llenaba el vacío que arrasaba con mi corazón lentamente?

Sentía que cada día se hacía más grande el vacío de mi corazón y más implacable. Temía a situaciones que yo no estaba dispuesta a enfrentar ni a arreglar. Solo no quería hacer nada.

―Margo ―me habló uno de mis compañeros. Con desgana, me volví hacia él.

―¿Qué?

―Nos juntaremos hoy en la tarde para hacer la maqueta de Anato.

―¿Hoy? ―inquirí, preocupada―. Hoy no puedo.

―Quedamos que hoy nos juntaríamos, debemos subir el archivo este sábado al classroom.

―Entonces no me incluyan en el trabajo esta vez.

El moreno sentado en el escritorio continuo abrió los ojos con sorpresa. Mi respuesta no se lo esperaba. Sinceramente, prefería planear la cita de Thomas en lugar de estar rodeada de un montón de chicos que pasarían más tiempo en platicar que en hacer el trabajo. Cerré mi libro con mala gana y comencé a guardar mis cosas en la mochila. Si él no me hubiera hablando, no me habría dado cuenta que mi última clase había terminado.

En el apartamento, luego de haber pasado a comprar lo necesario, pasé a recoger el traje que llevaría Thomas ese día; zapatos y le busqué una corbata que combinara. Como Thomas no usaba perfume o productos con aromas muy fuertes me compliqué menos. Le llevé toallas, champú y jabón de baño y todo lo necesario para que pudiera bañarse en cualquiera de las duchas del dormitorio del restaurante. Conocía bien a Thomas, sabía bien que no saldría de la cocina hasta el último instante, por eso le llevaba todas sus pertenencias hacia allá y complicarme menos.

Enredada con el chefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora