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Capítulo 19

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THOMAS

Habría querido besarla y pronunciar las palabras prohibidas.

De haberlo hecho, Margo hubiese hecho una de dos cosas: huir en un sitio en el que no pudiese verla o permanecer pero en alerta, reforzando ese muro inquebrantable que nadie lograba pasar.

Reí. De todas las mujeres, ¿por qué mi corazón tuvo que elegir a alguien tan complicada?

Era irónico nuestra situación. Todo este tiempo había tratado de contener mis sentimientos para no ser tan evidente, sabía que mis esfuerzos rendían sus resultados cuando Margo me preguntó en qué pensaba, seguramente para meditar sus siguientes actos. Yo era consciente de los posibles pensamientos de Margo, sin embargo, conocerlos solo me dejaba en una posición en la que no podía decir ni hacer nada si no quería empeorar la situación.

Sabía con tanta certeza lo que ella pensaba, la razón de su actitud, pero ese hecho hacía que mis acciones fuesen minuciosas y precavidas. Tan complicada era Margo que a veces podía ser tan sincera e inocente al mismo tiempo, sin percatarse. Solo ella podía preguntarme sin tapujos sobre sus sentimientos hacia mí.

Volví a reír en mi auto. Seguía en el estacionamiento del edificio, viendo mis brazos, recordando con nitidez haberla tenido en mis brazos unos instantes, tan pequeña y frágil. Cuando sentí sus manos en mi piel por encima de mi ropa, la tensión que atravesaba mi cuerpo como agujas se fue desvaneciendo, me quedé con el deseo de tenerla a mi lado de esa manera un poco más. Me callaría lo que sentía si con ello podía verla y disfrutar de su valiosa compañía.

Sabía que no tenía derecho de enojarme ese día, así como ella tampoco debía disculparse hoy por haberse sincerado conmigo. Me sentía fatal, era un hombre horrible. Margo no había hecho malo, sin embargo, fue capaz de olvidar su arrogancia para pedir perdón. Era amable, ¿por qué no se daba cuenta? ¿Por qué no se percataba de lo genial que era?

Llevaba preguntándome a lo largo de las semanas e incluso meses la razón de ser de Margo. Tenía cierta manera de demostrar las cosas, se enredaba y complicaba demasiado, era fácil molestarla y también de sorprenderla, ganar su confianza me parecía imposible hasta hacía unos días. ¿Por qué tuve que enojarme? De no haberlo hecho, ¿qué hubiese pasado? ¿Cómo sería ella conmigo? ¿Sonreiría más? ¿Sonreía para mí...?

Sacudí la cabeza, ¡basta de tanta arrogancia!

O eso pretendía creerme. Las preguntas calaban mi cabeza, como una sanguijuela se arraigaban en mis pensamientos. Quería creer que las cosas hubiesen tomado un rumbo diferente sin tan solo no hubiese explotado como lo había hecho, si tan solo no hubiese priorizado mis emociones.

Desde un principio tenía la certeza de que Margo no estaba preparada para una relación, para algo más que ser jefe y asistente. Lo sabía, aun así, ¿por qué me sentí con el derecho de enfadarme y sentirme ofendido? ¿Tan desesperado estaba de pensar la posibilidad de que ella me rechazaría? ¿Tan horrible era la idea de que yo no pudiese gustarle que perdí el control de mis emociones?

Era un desastre. Margo me convertía en un desastre, y lo peor, ella no se percataba del poder que tenía sobre mí. Era tarde para retractarse o dar un paso atrás. Estaba hundido hasta el fondo.

Al menos podía halagarme a mí mismo por tener autocontrol durante los meses pasados.

Creía poder contenerla, creía ser capaz de alcanzarla y apoyarla, pero esta situación fue un golpe que me declaró la guerra, como diciéndome que yo era la última persona que ella necesitaba en su vida.

Pero Margo dijo que le gustaba como olía. ¡Maldición! Debería dejar de pensar en ese detalle. Se sintió tan bien su comentario, ¿cómo pretendía ella que mantuviera mis sentimientos si salía con esas cosas de la nada?

Enredada con el chefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora