"Nadie puede ser sensato con el estómago vacío"
―George Eliot
***
Estaba en una reunión con mis compañeros de la universidad cuando de manera súbita los recuerdos de la tarde anterior llegaron a mi mente. El rostro asustado de Thomas en la rueda de la fortuna me resultó bastante épico y divertido, aunque fuese un completo tormento para él. ¿Qué iba saber que esas cosas no le gustaban si me lo decía en pleno aire?
―Me alegra que al menos mi martirio te resulte divertido, Margo ―Fue lo que dijo a modo de broma ante mis carcajadas estruendosas. Era inevitable. Había accedido acompañarme sin rechistar, incluso cuando sugerí que lo haría sola y que solo debía esperarme porque tampoco era una descorazonada como para obligarlo a vivir un sufrimiento.
Solté una leve risa al recordar otro suceso posterior a ese, lo que hizo que mis compañeros se voltearan a verme con suspicacia.
―¿Qué es tan gracioso? ―inquirió uno de ellos.
―No, nada... lo siento ―dije, recobré la postura casi de inmediato. Apreté los labios en una línea fina en mi vano intento de calmar mis ansías.
Lo que sucedió después no poseía relevancia. Un poco más del mediodía me encontré en el restaurante, tatareando una canción pegadiza que escuché en el taxi. Conseguí llegar a la sala del segundo nivel para dejar mi mochila sobre uno de los sillones. Tan pronto lo hice, me avisaron que desde la mañana Thomas se había ido a atender unos asuntos. Extrañada, de inmediato aproveché el momento para revisar la agenda de Thomas y así corroborar que no hubiese olvidado avisarle algún pendiente. Me resultaba extraño que no estuviese en el restaurante a estas horas, pues solía ocuparse de los diversos preparativos para la noche antes de empezar una nueva jornada de trabajo.
―¿Sabes a qué hora regresará? ―le pregunté al único chico que estaba en la sala, quien veía con absoluta concentración una película en el televisor.
―Tú deberías saberlo ―contestó, tajante. Él mantenía la vista clavada en la pantalla y, juzgando su expresión torcida, era evidente su disgusto ante mis cuestiones.
Pasé de una hoja a otra: y tal como suponía, este día no tenía previsto ninguna actividad importante para Thomas. La minuciosa agenda que organizaba para él no podía engañarme. Podía mi mente fallarme pero jamás lo que apuntaba. Quería llamarlo, preguntarle si estaba bien o si debía hacer algo para ayudarlo, si debía ir al apartamento para traerle ropa o cositas similares; mas contuve las ganas. Cansada, me desplomé sobre el sillón, hojeando las páginas de la libreta.
Tenía hambre también. Sin Thomas alrededor significaba que debía ocuparme de mi almuerzo, comer las asquerosidades que solía preparar. Sacudí la cabeza. ¿Estaba dependiendo mucho de la gentileza de Thomas?
No de su gentileza, sino de su comida.
Inhalé aire despacio. Guardé la libreta en mi mochila y partí hacia la cocina para preparar lo único que sabía hacer: sopa instantánea. Aunque la idea pronto desapareció al recordar que no hallaría en la cocina algo similar a lo que quería.
De camino a mi destino, en la esquina al final del corredor, vi aproximarse a varios de los chicos del restaurante. Al verlos únicamente de vista y nunca entablar conversación con ellos, a muchos no les sabía su nombre.
Tras un frío saludo con la mano, uno de ellos se detuvo de sopetón como si recién hubiese recordado algo importante al verme.
―Creo que Edward quiere hablar contigo. Está en la cocina.
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Enredada con el chef
RomanceMargo está rota, siente un vacío enorme en su interior. Thomas es un chef de élite, ¿podrán sus coqueteos y platillos estremecer el frío corazón de Margo? ...
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