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Capítulo 14

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"La cocina es alquimia de amor"

―Guy de Maupassant


***

―Thomas ―pronuncié su nombre en susurro, desconcertada y confundida―, pensaba ir a la universidad pero parece que me tomará un poco de tiempo.

―¿Eso por qué? ―preguntó con esa sonrisa débil en su rostro, deteniéndose justo enfrente de mí.

―La rutina de la mañana, supongo.

Thomas soltó una risa contenida. No le presté mayor atención, proseguí en tomar el smoking que descansaba en su brazo derecho por costumbre, pues al encargarme de las simplicidades de él, mis acciones al respecto se habían vuelto natas.

―A veces siento que me tratas como un niño ―comentó. Se poyó en una pierna―. Podría hacer estas cosas por mí mismo, no tienes que preocuparte.

Arqueé una de mis cejas en su dirección.

―¿En serio, Thomas? ¿En verdad?

―¿Qué? ―cuestionó, claramente divertido por mi expresión y porque reconocía la razón de mis preguntas―, está bien, quizá soy un poco desordenado, quizá no me acuerdo donde dejo mis cosas, quizá no puedo hacer el nudo de una corbata o que no puedo hacer nada más que cocinar y que te necesito demasiado para todo esto... ―Él sacudió la cabeza en negativa, riendo―, y que sin ti, el apartamento sería un asco total. Sé que soy el desastre en persona.

Reí.

―No tenías que ser tan específico.

Solté una risa divertida. Era curioso poner las cosas en perspectiva, porque así podía darme cuenta de nuestras diferencias y similitudes, nuestras habilidades y defectos, la manera de cómo podíamos complementarnos sin percatarnos. Y probablemente, todo eso, era la causa de vivir juntos sin chocar demasiado, sin estorbarnos el uno al otro, pues las virtudes de uno compensaban el desastre del otro.

Riendo, añadí:

―Llevo cuestionando varias cosas sobre ti, y entre esas, mi lista encabeza justamente esto: ¿eres un niño o un adulto?

Acercándose con cierto sigilo, cual animal que espera el momento exacto para atacar, guardando sus malas y perversas intenciones, Thomas ladeó la cabeza a un lado, sonriendo con picardía.

―¿Qué más cuestionas sobre mí? ―preguntó.

Me rendí. Con esa expresión traviesa y su mirada insinuante, no podía soportar estar cerca ni verlo con fijación. Ponía mis pensamientos en blanco, mi poca cordura se descolocaba, y casi todo mi ser se inquietaba e incomodaba ante su cercanía amenazante. Podía ignorar esa actitud suya y hacer que nada pasaba, y aunque me repetía miles de veces que no me afectaba, algo en mí no podía sentirse molesta.

Si se trataba de su ausencia del día anterior o si era por otra razón, lo desconocía, solo que no podía molestarme como de costumbre. Inhalé aire y me giré sobre los talones, dando media vuelta para ir a su habitación a zancadas. Necesitaba marcar distancia.

Me costaba admitir que a veces Thomas tenía ese efecto.

―Solo quiero saber ―agregó todavía riendo. Me siguió hasta el cuarto.

―Quítate la ropa y déjala encima de tu cama o en el suelo, lo que sea; y ve a darte una ducha. Iré a la lavandería al rato y quiero dejar todo listo.

Enredada con el chefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora