"Los mejores platos son muy simples"
―Auguste Escoffier
***
Desperté al día siguiente con un resfriado horrible.
Debí haber advertido que sucedería de esta forma. Era demasiado susceptible al frío y pescaba resfriados con situaciones tontas, como esa vez que jugué con mis hermanos pequeños a tirarnos agua helada: me enfermé después pero al menos había sido divertido.
Extrañada pero tranquila, hice un recuento de la noche anterior mientras apartaba las sábanas fuera de mi cuerpo. Por mi movimiento repentino y algo brusco, tuve un ligero mareo, lo que me hizo sostenerme con fuerza en las orillas de la cama, temiendo perder completamente el equilibrio.
―Deberías quedarte en cama...
Esa voz ronca y amable... abrí los ojos de sopetón al mirar a mi alrededor y recordar con cierta pereza lo ocurrido la noche anterior. Alcé la vista y me encontré con el rostro de Thomas observándome con evidente preocupación.
―Debo irme. Quedarme fue un error ―lo interrumpí.
Y sí, había sido un enorme error irreparable pero inevitable. ¿Cómo podía haberme quedarme en el apartamento de un desconocido? Debía estar muy loca y con la mente tan nublada como para haber aceptado siquiera su invitación.
―¿Error? ―espetó―. ¿Entonces debí haberte dejado en la calle?
―Iba de camino a mi casa.
Mentira. Caminaba sin rumbo alguno con la esperanza de que milagrosamente encontrara el camino de vuelta.
―Al paso que ibas nunca hubieras llegado ―comentó, tranquilo.
Aunque me costara aceptarlo, tenía razón.
―Eso no debería importarte ―le dije, soltando un resoplido―. No nos conocemos lo suficiente para debernos favores.
Busqué mi zapatilla cerca de la cama. Me agazapé en el suelo con la esperanza de encontrarla, pero lo único que hallé fue una pantufla negra sobre una alfombra al pie de la cama. Estornudé fuerte y, esta vez, sentí que mi calor corporal aumentaba y se hacía evidente. El ambiente comenzó a sentirse asfixiante.
No podía ser cierto. Me palpé la frente con el dorso de la mano y no fue necesario de un termómetro para saber que tenía elevada la temperatura. Debía ir a casa pronto. Me coloqué de pie y miré al hombre recargado sobre un mueble grande, quien me seguía observando sin expresión alguna en el rostro.
―¿Dónde está mi ropa? ―pregunté.
―Se está secado.
Arquee una ceja, cuestionando.
―¿Por qué estás haciendo esto? No me gusta deberle favores a la gente.
―Creo que lo comentaste ayer.
―Lo hice ―afirmé, con los vagos recuerdos de lo que ocurrió después de cenar―. No tenías por qué hacer nada por mí. De hecho, no debiste involucrarte en mis asuntos.
Thomas se mostró pensativo unos segundos antes de clavar sus ojos azules en los míos.
―Solo tenía la impresión de que si te dejaba sola ibas a cometer una tontería, eso es todo.
―¿Tontería? ¿Cómo qué? ―inquirí, curiosa―. Iba de camino a mi casa... ¿qué clase de tontería pude haber hecho? ¿Qué tan patética me mostré ayer para que pensaras eso de mí?
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Enredada con el chef
RomansaMargo está rota, siente un vacío enorme en su interior. Thomas es un chef de élite, ¿podrán sus coqueteos y platillos estremecer el frío corazón de Margo? ...
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