"La comida une a la gente en muchos niveles diferentes. Es el alimento del alma y del cuerpo; realmente es amor"
―Alain Ducasse
***
Imposible. Imposible.
De ningún manera. ¡No me gustaba Thomas como hombre!
Desde que amanecí la mañana siguiente del suceso, por una semana completa mi mente no me dejó tranquila ni me dio un segundo para pensar en otra cosa que no fuera en las palabras de Trey y la reciente conclusión que descubrí por mí misma. No dejaba de dar vueltas al mismo asunto una y otra vez.
Jamás me sentí tan vulnerable y frágil. ¿Y si resultaba ser cierto? ¿Y si me convertí en una tonta a causa de un hombre? ¿Y si...?
No podía ser verdad. Por mucho que lo pensara terminaba repitiéndome que no podía ser de ese modo. Me había prometido a mí misma no ser presa del enamoramiento ni de sentimientos estúpidos, atarse a una persona traía consigo el sufrimiento y la quizá la dependencia, la desesperación y un desastre inminente.
Mi cabeza daba vueltas. Sentía que a mi alrededor no paraba de girar, pareciera que estuviera atrapada justo en el ojo de una tormenta. No importaba cuánto intentara encontrar mi camino para salir de ese torbellino de pensamientos volvía a caer en la misma confusión y miedo. El temor de aventurarme en mi mente y descubrir sentimientos que evité por tanto tiempo representaba una desgracia.
Cada vez que pensaba en esa posibilidad mi cabeza daba vueltas sin parar y era inevitable no considerar la idea. Pasó una semana completa desde aquella noche y me frustraba admitir que durante esos días no había conseguido olvidar ni amortiguar mis emociones al respecto. Cada día despertaba con una vergüenza insoportable a causa del beso, una incontenible irritación emergía de mí ser cada vez que escuchaba o hablaban de Raúl en frente de mí y, por supuesto, mi actitud con Thomas se volvió un poco resentida y más reservada todavía.
Odiaba que me llamara, que me mirara o que se acercara e invadiera mi valioso espacio personal sin percatarse. Sabía que no lo hacía con malas intenciones, incluso podía afirmar que él no era consciente de ello; y me odiaba por enojarme con él por eso, sin razón válida que justificara mis acciones. Era como si su presencia activara un interruptor que encendía mi ira. Por esas razones no hablaba con él a menos que fuesen de asuntos muy puntuales. Demasiado puntuales.
Me desconcertaba que ahora su presencia me inquietara. No sabía qué fallaba en mi lógica, si me volvía cada vez más limitada al no analizar bien las cosas o simplemente no quería aceptar lo que parecía ser evidente. No conseguía comprenderlo. No me gustaba Thomas como hombre, estaba segura de ello, ¿entonces por qué no soportaba estar con él en la misma habitación? ¿Y cómo podía inquietarme todavía más cuando no lo veía aunque fuese por un instante?
Eran contradicciones que no poseían sentido y superaban lo absurdo.
De manera súbita recordé la escena que pasó ayer a mediodía. Acababa de llegar de la universidad cuando, para mi sorpresa, encontré a Thomas con solo una toalla alrededor de la cintura en la sala. No era la primera vez, por supuesto, pero en ese preciso instante algo se disparó en mi mente y cuerpo al posar mis ojos sobre su figura corpulenta.
Sus ojos azules se habían iluminado con la misma chispa traviesa de siempre. Su torso desnudo estaba salpicado de pequeñas gotas de agua y su cabello negro se deslizaba en ligeras ondas sobre su frente y mitad de su oreja. Incluso cuando pronunció "Excelente momento para llegar, Margo" su voz no me pareció molesta, sino pícaro y agradable como jamás me había parecido. Cada uno de estos detalles provocó un efecto colateral que me sorprendió.
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Enredada con el chef
RomanceMargo está rota, siente un vacío enorme en su interior. Thomas es un chef de élite, ¿podrán sus coqueteos y platillos estremecer el frío corazón de Margo? ...
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