Capítulo VII

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Los primeros días disfrutaba mucho de mi propia compañía. Me gustaba cocinar casi a diario, ir a mi habitación a escribir, ver películas hasta tarde y despertar a la hora que yo quisiera. Se sentía como estar siempre de vacaciones.

Poco a poco comencé a aprender la rutina de Misael. Se despertaba cerca de las tres de tarde, se preparaba sus alimentos y comía mientras veía películas o series de Fletnix en su televisión de la sala; poco después, se daba una ducha en el baño de su habitación, para pasar el resto de la tarde estudiando para sus exámenes de la especialidad en total silencio y quietud  en la estancia.

Durante esos momentos me daba la impresión de que se encontraba poseído por la lectura, apenas si se le podía distinguir parpadear, con un único movimiento recurrente cuando cambiar de página era preciso.

Me llegó a comentar en un par de ocasiones que bajase por favor el volumen a mis películas o que moderase mi voz al encontrarme en alguna llamada telefónica, puesto que eso lo desconcentraba en sus estudios. Al principio eso no me molestaba, pero pasados los días, sucedió lo que René me comentó en algún momento, me sentía como una intrusa.

Misael era un obsesivo compulsivo, pese a que el departamento era semiamueblado de oferta, la mayoría de las pertenencias y algunos muebles de la estancia eran propiedad de él, así que si yo movía un par de centímetros un almohadón de la sala él se enteraba y me lo hacía saber.

Poco a poco empecé a salir menos de mi habitación, comencé a caminar de puntas hasta para hacer las tareas más comunes del hogar, me daba la impresión de que yo debía fingir que no existía ni en la misma ciudad que mi compañero de piso, por lo que durante la siguiente semana preferí asistir con mayor frecuencia a la oficina.

Pasar más tiempo en el trabajo parecía estar rindiendo frutos. Aunque algunas veces regresaba hasta tarde al departamento, al menos ya podía presumir de que Rita, después de tanto tiempo trabajando ahí, ya se había aprendido mi nombre.

—¿Ya pensaste cuáles van a ser tus planes para año nuevo? —Me preguntó Sam desde su escritorio.

—No estoy segura, ya voy a terminar el año con muchos cambios, —Suspiré —no sé si estoy lista para más, ¿y tú?

—Me gustaría descansar, tú sabes, ya soy un hombre viejo, ya no estoy para andar persiguiendo el crimen —Se cruzó ambos brazos y los dejó descansar sobre la barriga—. Cincuenta y ocho primaveras y ya me perdí el nacimiento de mi primer nieto.

La mirada de Sam se volvió a uno de los porta retratos que se encontraban en su escritorio, en los que se veía una fotografía de su hija Cecilia con un bebé en brazos.

Los últimos dos años no habían sido fáciles para Sam, antes de que Zac fuese su contacto con la comisaría, su principal informante había sido Roberto, el esposo de Cecilia.

Hubo un momento en que el su trabajo en equipo no sólo ayudaba a mantener informada a la ciudadanía, sino que gracias a la astucia de ambos se logró detener a dos funcionarios públicos que coordinaban trabajo con el crimen organizado, entre otros delincuentes. Sin embargo, fue ese heroico suceso el que terminó por cavar la tumba de Roberto, dejando a Cecilia como una joven viuda con un recién nacido que jamás conocería a su padre.

Desde entonces él ya no había vuelto a ser el mismo, a partir de ese momento sus publicaciones se habían convertido en más amarillismo que información.

—Sam, ¿no estarás pensando en renunciar o sí?

—¡Irina!, ¿dónde está esa ni... —La inconfundible voz de Rita aturdió a todos los presentes— Ahí estás, Irina, cariño, ¿puedes venir a mi oficina un momento?

AmarettoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora