Capítulo X

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—Imaginemos una copa de cristal, —dijo el Ingeniero Reyes, profesor de química —imaginemos que se cae y se rompe en cientos de fragmentos que se esparcen de forma aleatoria. ¿Creen que podamos reconstruir la misma copa?

—Se puede utilizar pegamento, pero no sería la misma copa —contestó uno compañero en el aula de la secundaria.

—Exacto, Fabián, vamos a necesitar más energía para poder reconstruirla y muy probablemente no va a ser la misma. —replicó el profesor —Ahora imaginemos que arrojamos cientos, o mejor, miles, millones de pedazos de cristal al azar, ¿ustedes creen que logremos formar una copa como la que se rompió?

Toda el aula de clases se rio ante lo absurda que parecía la pregunta, mientras muchos giraban su cabeza en negativa.

—Imposible —dijo alguien entre la multitud.

—Entropía, el desorden en un sistema. La forma en la que describimos la tendencia al desastre y su irreversibilidad. La ecuación del caos. —agregó mientras caminaba entre los pupitres—. Pero no es imposible.

—¿Formar una copa? —pregunté apenas audible.

—Así es, señorita Valente, de hecho, es gracias a la entropía que estamos vivos, que existimos, que somos algo —continuó—, la entropía, contradictoriamente, describe también cómo existe la pequeña posibilidad de que la materia se ordene para volver a crear una copa, un diamante, un insecto o incluso un humano.

—Entonces, ¿somos un producto de la suerte, profesor? —cuestioné.

—Casi —respondió—. Aunque preferiría decir que somos el producto de la casualidad.

 Aunque preferiría decir que somos el producto de la casualidad

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—No podemos publicar esto, es demasiado. La foto tiene que ser llevada a edición, ya han pasado casi 24 horas y no entiendo por qué no se ha hecho —discutió Rita —. El nombre tiene que ser cambiado. ¿No se supone que ya habíamos hablado de esto hace tiempo, Irina?, ni que fueras nueva. Por suerte los de impresión se aseguraron de notificarme antes de que esto saliera a las calles. ¿Sabes el problema en el que nos hubieras metido?

—Una disculpa, no volverá a suceder. Me encargaré de que hoy mismo quede listo para publicar —dije antes de abandonar su oficina, con la cabeza escondida entre los hombros ante aquella llamada de atención.

No es como que no conociera las reglas de periodismo, las sabía al derecho y al revés. ¿Qué había ocurrido diferente? Erika, por supuesto. La noticia había estado terminada desde la noche anterior, pero se me había ocurrido la fabulosa idea de pedirle a Erika que hiciera correcciones y las mandara a impresión, al principio sentía la fabulosidad de tener a una asistente, pero recién me daba cuenta de que más bien estaba de niñera.

Trataba de creer que no lo hacía a propósito, pero al pensar en ella como una persona experimentada en el ámbito, sólo aquello me hacía sentido. ¿Por qué alguien escribiría la identidad de los involucrados en un siniestro?, ¿o por qué no había mandado a censurar la foto cuando se lo pedí específicamente? Quizá era mi culpa, tal vez no estaba siendo suficientemente clara, tal vez estaba siendo muy blanda.

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