Capítulo XII

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La fe, cuando pensamos en ella nos figuramos inmediatamente algo ligado a la religión, pero, ¿realmente lo es? Ignoramos que algunas veces sólo basta con creer en algo que no podemos palpar, que no podemos predecir, algo que damos por hecho. Pero pensemos en el amor de una pareja, el de un hermano, de una madre o un padre ¿también eso es fe? Formamos una fe alrededor de algo tan rudimentario, como creer que ciertos días pasarán los de la basura, y esa mañana, el contenedor afuera de los departamentos estaba que derramaba las bolsas de desechos.

Salí a sacar la basura e hice lo posible para acomodar la bolsa sobre el desastre a modo de que no se cayera o mínimo que estuviera fuera del alcance de los animales callejeros. Una vez cumplida mi misión, tomé el cesto pensando en llevarlo de nuevo al departamento. Pero cuando me di la vuelta, me llevé un susto de muerte por la presencia de dos mujeres que llevaban dios sabe cuánto tiempo a mis espaldas. Ambas se encontraban observándome a pocos metros de distancia, con esa mirada que uno por instinto reconoce antes de iniciar una conversación.

Tal vez había estado muy distraída con lo de la basura, pero me sorprendía que en ningún momento las había escuchado aproximarse, casi como si hubieran salido de la nada. Ambas lucían de avanzada edad, una incluso tenía su cabello totalmente blanco, mientras que la otra parecía llevar un pelirrojo teñido.

—Buenos días tenga usted, señorita —dijo la peliblanca.

Me quedé congelada por unos instantes. Intentaba disimular mi sorpresa, pero sabía que mi rostro no ayudaba.

—¿Se encuentra bien? —inquirió la misma mujer, producto de mi silencio.

Apenas iba a abrir la boca para brindar una respuesta, cuando mis intenciones fueron atropelladas por la otra persona que la acompañaba.

—Esperamos no molestarla, pero nos gustaría saber si usted se encuentra informada sobre la eternidad —anunció mientras con su mano extendida y temblorosa me ofrecía un folleto.

—¿La eternidad? —pregunté mientras recibía el folleto en mis manos.

"Gatalaya

¿Está preparado para recibir el mayor regalo de dios?"

—¿Sabe a dónde van nuestras almas cuando morimos? —Escuché a alguna de ellas decir, mientras mis ojos se encontraban puestos sobre el folleto y su peculiar arte. Un grupo de personas, con sonrisas de oreja a oreja.

Nunca había sido devota a alguna religión, nunca me criaron como fiel en mi familia, por lo que me consideraba muy ignorante en el tema. Siempre que alguien pretendía abrir debate conmigo al respecto, me costaba mucho tomar una postura.

—Yo... no es algo en lo que piense mucho.

—Dios sí piensa en usted todos los días, en todo momento —dijo la pelirroja—. ¿Cree usted en Dios, señorita?

Asentí con la cabeza. Seguido de eso ambas mujeres se voltearon a ver entre sí y se sonrieron.

—Los demonios también —dijo una.

—Los demonios también creen en Dios, le respetan y le temen. Pero eso no significa que sus almas vayan a ser salvadas —agregó la otra.

No perdían su tiempo y estaba claro a lo que iban. Parecía que ya tenían su discurso bien ensayado y listo para tratar de evangelizar a la primera alma que se encontrara descuidada sacando la basura.

La incomodidad describía a la perfección ese momento. No me molestaba la idea de que quisieran hacer algo tal como 'salvar mi alma', me molestaba la estrategia, la emboscada.

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