Capítulo VIII

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Finalmente había llegado un día de descanso. Hoy iría a pasar con los padres de René la noche buena, ya que mi familia había optado por salir de la ciudad para celebrar la Navidad. Me encontraba decidida a pasar la fecha feliz y libre de preocupaciones, se sentía merecido.

Debido a la cercanía con las fiestas decembrinas, varios de los compañeros habían decidido tomar vacaciones, por lo que las responsabilidades en la oficina habían crecido para los que tuvimos que seguir laborando. Sobre todo, para mí, que ahora tenía que aprender lo que solían ser los deberes de Samuel, deberes que se habían encargado de consumir hasta mis horas de sueño. Por lo que mi sanidad mental se había vuelto preocupante, sobre todo desde la última vez que vi a Zac.

Aunque ya había transcurrido casi una semana desde que aquella chica desconocida fue encontrada en la parcela, esa escena, no dejaba de acosar mis pensamientos. Bastaba con quedarme durante algunos minutos pensativa, tal vez sólo bastaban unos segundos, unos segundos para revivir en mis oídos el sonido de las gotas de lluvia cayendo. Sólo tenía que cerrar un momento los ojos y ahí la veía, tan desprovista de vida; vislumbrante del rojo tan encendido como en aquella ocasión. Algunas veces me daba la impresión de que casi podía volver a sentir el aroma férrico de la sangre.

Pese a que durante el día mi mente le daba muchas vueltas al asunto, al menos podía decir que de suerte, por no llamarlo de otra manera, de noche era sencillo conciliar el reposo, siempre y cuando hubiera la oportunidad de siquiera tocar la cama. Había logrado copiar un truco de Misael, quien en algún momento me aconsejó siempre beber agua fría antes de ir a dormir, truco que hasta el momento no había fallado.

Al haber estado asistiendo a la oficina prácticamente todos los días, ya se me había hecho costumbre el despertarme temprano, y esa mañana no fue la excepción, sólo que esta vez me quedé recostada sobre la cama mientras contemplaba los relieves en el techo.

Pensaba en la ropa que utilizaría esa noche, si tal vez me pondría uno de esos bonitos conjuntos que había comprado el fin de semana pasado. Intentaba adivinar cuál le parecería más atractivo a René. Entonces, me concentré en el techo nuevamente, en su textura, cómo las líneas iban en direcciones aleatorias, miraba su color marfil. Tal vez fue por el cansancio, tal vez porque aún no me encontraba en mis cinco sentidos, pero casi me daba la impresión de que podía ver esas líneas moverse.

«04:41»

«Demasiado temprano».

Me revolví en la cama y me cubrí el rostro con una de las sábanas, con la esperanza de volver a dormir, pero no funcionó. Mi mente seguía activa, así que me destapé y volví a mirar el techo. Esas líneas me recordaban a algo. Si se movieran se verían como pasto seco, como un gran pastizal. No, más bien como trigo, como si espigas de trigo se mecieran con el viento en una pradera.

Entonces, lo recordé. El trigal del anciano, en el fueron a tirar el cadáver de la joven. Recordé cómo las espigas de trigo se balanceaban entre el viento y la lluvia aquella noche. Las memorias de aquel suceso se hicieron protagonistas en mi pensamiento, mientras yo cerraba mis ojos con fuerza como si de alguna manera me ayudase a escapar de los recuerdos.

Me llevé una de las almohadas a mi rostro y la presioné contra el mismo, pretendiendo de alguna manera liberar el estrés. Hasta que escuché el toque en la puerta de mi habitación.

—¿Irina, estás despierta? —Le escuché decir en susurro.

¿Por qué tocaría a mi puerta a esta hora de la madrugada?

No me sentía de humor para salir de la cama, mucho menos si se trataba sobre Misael.

«¿A caso había olvidado lavar una cuchara?, ¿o uno de mis cabellos se había incrustado en la alfombra?».

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