CAFÉ NEGRO SIN AZÚCAR

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"La voluntad de las mujeres por afirmar su condición de individuos iguales no debiera hacerse precio de resignar su nuevo lugar en el amor y el sexo. El poder de la seducción femenina no tiene por qué doblegarse al poder jerárquico en la vida social."
-Emiliano Galende

EL CELULAR comenzó a vibrar contra el escritorio, provocando un molesto ruido que interrumpía la clase. Al menos esta vez, Laura lo había silenciado justo antes de comenzar su presentación al grupo de estudiantes.

- Lo siento, profe... - Alzó la voz el mismo joven que siempre tenía un comentario estúpido que añadir. - Pero me mata la curiosidad. ¿Quién es el insistente?

- No es nadie. - Respondió. - ¿Por qué mejor no usas la misma curiosidad para el libro que les mandé a leer desde el inicio del semestre? - Añadió jocosa.

- ¡Auch! - Se rió. - Claro que me lo he leído, al menos la primera mitad.

- ¿Ya te lo has leído? - Quiso saber.

- Claro. - Reafirmó el estudiante.

- Déjeme ver, entonces... - Pensó en una pregunta de comprobación de lectura. - ¿Quién es el autor de la obra?

El joven se quedó callado.

- No recuerdo. Pero eso no es pertinente.

- ¿Que no es pertinente? - Se ofendió la profesora. - Si hubiera leído el libro, sabría que el autor es Roland Barthes, y que toda la pieza es narrada desde sus opiniones acerca de la cámara y su historia. Repite su nombre varias veces, de hecho. - Pausó. - ¿Sabe el título del libro, al menos?

Todos en el salón de clases comenzaron a reir, y Gabriel fue el primero en hacerlo. El joven hablador se limitó a callar, pues en palabras cultas y respetuosas, Laura lo había puesto en su lugar.

- Sabes que estoy de buenas contigo. - Explicó la profesora. - Nada de esto es personal. ¿Está claro?

Gabriel se alegraba de lo sucedido. Detestaba a las personas que querían aparentar ser más intelectuales que el resto.

- Bueno, chicos... terminamos la clase por hoy. Nos vemos el martes. Que tengan excelente día. - Se despidió.

Mientras todos se ponían de pie, Gabriel se mantuvo en su silla. Aún le comía la curiosidad de saber qué le sucedía a su profesora preferida, pero no sabía cómo acercarse sin levantar pensamientos erróneos por parte de ella.

Lysander se paró justo al lado de su amigo.

- ¿Nos vamos?

- Sí, claro. - Miró a la profesora en el escritorio. - Pero dame solo un minuto. - Se puso de pie.

Ya todos habían abandonado el espacio, y solo quedaban ellos tres. Gabriel comenzaba a acercarse tímidamente al escritorio.

- ¿Se encuentra bien, señor Castillo? - Preguntó la profesora a Gabriel dirigiéndose por su apellido.

- Sí, profesora. - Se acercó junto a Lysander.

- ¿Le puedo ayudar en algo?

- No, profesora. De hecho, eso venía a preguntarle.

- ¿Qué? - Preguntó confundida. - ¿Me está ofreciendo su ayuda?

- Sé que algo le sucede. - Explicó. - Y aunque no es mi problema, solo quería dejarle saber que la aprecio muchísimo. Y por eso mismo, puede contar conmigo. - Miró a Lysander a su lado. - Y con Lysander también... ¿Cierto? - Le preguntó a su amigo para que contestara.

Fuego ArdienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora