CASA AJENA

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"La figura de la mujer apasionada por un hombre se aproximó siempre a las imágenes de la locura, y 'loca' fue también la acusación hecha a la mujer que se muestra libre en la aceptación de su deseo sexual."
-Emiliano Galende

HABÍAN pasado dos días desde que Dalila había abandonado su casa. Ahora tenía la libertad y la dicha de ir a donde quisiera sin pedir permiso o tener que informar dónde se encontraría. Lo percibió cuando salió de casa de Laura, donde ahora estaba viviendo, y no tuvo que mencionar nada sobre sus planes para el día.

No extrañaba su hogar ni su familia aún. Ningún sentimiento de arrepentimiento la invadía. Lo único que le preocupaba era conseguir un trabajo de medio tiempo para poder pagarle a la profesora su estadía en la casa, aunque esta no se la estuviera cobrando.

Era viernes en la tarde, y Dalila tenía una reunión en casa de Ángela, su compañera para el trabajo de Literatura Latinoamericana. No fue un camino largo para recorrer en bicicleta.

- Hola, puedes pasar. - Invitó la chica. - Debo admitir que me sorprendes. No todos los chicos de nuestra edad son tan puntuales.

Dalila afirmó con la cabeza y una sonrisa.

- La puntualidad... Es algo con lo que estoy bregando ahora. - Contestó.

- Pues muy bien. - La invitó a pasar otra vez con la mano, antes de cerrar la puerta. - Mi habitación está por acá.

Dalila entró a la casa tímidamente, como era costumbre en cualquier casa ajena, y se limitó a seguir los pasos de la compañera mientras observaba todo a su alrededor.

De pronto, durante el recorrido, la figura de un hombre alto la asustó. La sorpresa provocó que soltara un pequeño quejido.

- Lo siento. No fue mi intención asustarla. - Se disculpó el hombre maduro mientras extendía la mano para saludar.

- Él es mi papá. - Informó a Dalila. - Papá, ella es Dalila, mi compañera de clases. - Se dirigió al padre.

- Mucho gusto, mi nombre es Fernando. - Dijo el hombre con una voz que resultaba irresistiblemente sexy para Dalila.

No se le daba eso de disimular muy bien, y ese instante no fue la excepción. Dalila se quedó observando la mirada del caballero, quien aún continuaba con la mano extendida, pues ella no lo soltaba.

- Dalila, el gusto es mío. - Respondió ella sin apartar la mirada.

Una vez se soltaron, Ángela le hizo señas para que la siguiera hasta su habitación.

- Si se les ofrece algo, voy a estar en la cocina. - Informó el padre.

- Vale, papá. Te veo horita.

Dalila siguió a la compañera hasta la habitación, y una vez en ella, la puerta se cerró. Las dos estaban solas, buscando la mayor concentración para hacer el trabajo asignado.

Pero Dalila aún pensaba en el hombre que acababa de conocer. Siempre supo que sentía atracción por hombres mayores, pero nunca alguien le había dado tan duro en la cabeza. Le parecía atractivo, varonil, caballeroso, y perfectamente maduro. En fin, todo lo que soñaba en un hombre. En tan solo segundos, ya había fantasiado con besarle la boca, y que él le lamiera todo el cuerpo. Estaba pensando en la excusa perfecta para salir de la habitación y volverlo a ver, pero por desgracia, no llevaba ni un minuto en la recámara con la chica.

- ¿Qué fue eso allá? - Preguntó Ángela refiriéndose a la escena tan obvia de Dalila.

Las chicas aún no tenían confianza para hablar de sus vidas personales, pero poco a poco la crearían.

Fuego ArdienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora