"El amor proviene de la capacidad del yo para satisfacer de manera autoerótica, por la ganancia de un placer de órgano, una parte de sus mociones pulsionales."
-Sigmund FreudLOS NIÑOS no paraban de corretear y gritar por la casa, mientras Laura los perseguía para sentarlos a cenar. Fatigada y desesperada, no contaba con la ayuda de Miguel, quien solo permanecía sentado viendo la televisión durante el desastre. Ser profesora y madre de gemelos, se había vuelto una tarea muy complicada, por lo cual se vio obligada a la renuncia laboral. El aire le faltaba casi todo el tiempo, y ese momento no era la excepción. Quizás era la edad o la falta de condición física, pero lo que sí era evidente, era la rutina horrorosa que llevaba. El aire continuaba en descenso, más de lo normal, y no encontraba cómo recuperarlo. Se arrodilló en el suelo para conseguir algún soplo de oxígeno que le permitiera gritarle a su marido por ayuda, pero era inútil. Sus pulmones vacíos tocaron el suelo con ella, llevándola al estado inconsciente.
Se levantó de golpe para darse cuenta que todo había sido una pesadilla. El alivio que sintió era demasiado placentero. Agradeció a Dios y al universo por no permitir que semejante pensamiento fuera real. Luego del episodio, reconsideró su deseo intermitente de ser madre. Hijos, su ex siendo la cabeza del hogar, y estar en casa sin trabajo, no era para nada su ideal de vida.
Respiró una vez más para sentir alivio, pues la fatiga de la pesadilla, logró pasar al plano real. Aún acostada en la cama y mirando al techo, pudo notar que precisamente ese techo que estaba mirando, no era el de su casa. Se sentó en la cama de un golpe, y miró de izquierda a derecha como formando un semicírculo con su cabeza para observar una habitación totalmente ajena.
Pero la gran sorpresa se la llevó cuando vio a un hombre calvo roncando justo a su lado.
- ¡Por Dios! - Gritó mientras se ponía de pie para alejarse del individuo, quien parecía haberse movido un poco por el grito.
Laura no tenía idea de lo que sucedía, de hecho, el dolor de cabeza que tenía, no la dejaba pensar, y fue casi veinte segundos después, que se percató de su completa desnudez. Agarró la sábana para taparse, exponiendo el cuerpo del hombre que también estaba desnudo y compartiendo la misma tela. El movimiento y roces de la sábana, provocaron que el hombre abriera sus ojos.
Laura continuaba tapándose, y temblando más por los nervios que por el frío.
- ¡Qué dolor! - Gritó el hombre dando sus primeros parpadeos en compañía de la resaca, y sin darse cuenta que no estaba solo.
Laura permaneció inmóvil mientras el hombre buscaba su sábana.
- ¡Ay! - Se impresionó el calvo al ver a Laura sin ropa y enredada entre las sábanas. - ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy?
- Yo no he robado nada, no he hecho nada malo, no sé que estoy haciendo aquí. - Informó asustada. No quería que el extraño pensara que ella era una instrusa con planes de llevarle sus pertenencias.
- Me acabas de quitar la sábana. ¡Claro que me has robado! - Se burló. - Me has dejado con el pito al aire.
- ¡Ay, Dios! Perdona lo que he hecho. Tengo que irme. - Comenzó a buscar sus cosas por cada esquina, mientras pedía disculpas a su creador.
- ¿Pero qué pasa? - Preguntó en tono gracioso.
Laura se puso el traje que tenía la noche anterior más rápido que nunca, se colocó su ropa interior baja, y agarró el sostén para echarlo en su bolsa de mano. No tenía tiempo de ponérselo en ese instante.
- ¡Nos vemos! - Se despidió mientras cruzaba la puerta de la habitación. - Digo... no nos veremos... Gracias... no. - Pausó otra vez sin encontrar sentido en sus palabras. - ¡Me voy! No debo estar aquí.
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Fuego Ardiente
RomanceCuando el amor, el estrés, y las responsabilidades se unen, no son muchas las opciones de escape saludables. Según el psicoanálisis, cada individuo reacciona a partir de los deseos y recuerdos reprimidos que existen en la conciencia. ¿Podría ser el...