TENSIÓN EN EL AIRE

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"La identidad personal se preserva sólo devanando las fases de la conciencia a lo largo del hilo del tiempo, hilo de la memoria, respecto del pasado, hilo de la preocupación, respecto del futuro."
-Remo Bodei

LA BRISA soplaba y movía el largo cabello de Dalila, a la par con las hojas de los árboles que la rodeaban. Era mucho el verdor para admirar en los Jardines del Real. Este lugar se había convertido en uno de sus favoritos cuando de estar sola se trataba. El Parque Gulliver le parecía muy ruidoso para poder conectar con la naturaleza o con ella misma, y en efecto, eso era lo que necesitaba.

Mientras observaba una que otra bicicleta pasar por la ruta designada, no paraba de pensar en cómo un par de amigos podían cambiar por completo la forma de ver la vida. Era increíble darse cuenta cómo una persona podía influir tanto en otra. Las palabras que le había dicho a Lysander, realmente las sentía. Dalila vivía con la creencia de que mientras no se le debiera nada a nadie, nada malo pasaba, todo estaba en orden. Y en parte tenía razón.

El día prometía ser más caluroso que el anterior, y cada cual estaba en lo suyo. Era viernes, día libre, y sin planes que llevar a cabo. Solo estudiar para un par de exámenes, pero el trabajo académico era siempre la última opción a realizar.

Dalila cerró los ojos, esos ojos claros que volvían loco a cualquier hombre, y comenzó a sentir una vez más el viento. Comenzaba a buscar sensaciones y sonidos para adivinar sin usar el sentido de la vista. La brisa se sentía más fría cuando se tomaba el tiempo de sentirla, pero algo raro sucedió, algo la obstruía. Y con la obstrucción del viento, un nuevo aroma la abrazaba, un aroma que la volvía loca, un aroma lleno de recuerdos calientes, un aroma que conocía. Abrió los ojos.

- Uf, qué alivió que abriste los ojos. - Expresó Fernando. - No sabía cómo saludarte sin asustarte.

- ¿Fernando? ¡Qué sorpresa! - Soltó algo nerviosa. Fernando era la última persona que hubiera pensado ver ahí.

- Sí, espero no te moleste verme.

- No, para nada. Todo lo contrario. - Respondió muy segura. - Ven, siéntate.

Fernando se sentó justo al lado de ella.

- Al fin te encuentro. Tengo que decirlo, es cierto eso de que el que persevera triunfa.

- ¿A qué te refieres? - Preguntó dulcemente.

- Pues esto va a sonar un poco raro, espero no lo tomes a mal, pero he venido aquí todos los días para ver si te encuentro.

- ¿Aquí? ¿Cómo sabes que....? - Comenzó a recordar. - ¿Te lo había dicho, verdad?

- Sí. Una vez me dijiste que te encantaba venir aquí a buscar paz.

- ¡Wow! Pues debo admitir que te he dicho mucho sobre mí. Ahora no sé si hice bien. - Comenzó a reír.

- No digas eso, ahora me siento como un acosador. - Puso la mano en su frente.

Dalila tomó su mano para apretarla y colocarla en su cintura.

- Para nada. Me halagas, de hecho.

- ¿Te halago? ¿Estás segura?

- Sí.

- Bien. Cuando abriste los ojos hace un rato, me confundí. No sabía en qué momento me había volteado a ver el sol. Perdí mi dirección por un segundo.

Fuego ArdienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora