Como han pasado los años.

18 1 0
                                    

Escuché el timbre resonar en mi cabeza y desperté alterado, incorporándome de inmediato de la cama con sábanas blancas. Miré mi reloj de mesa de inmediato, 09:30 am, ¡puta madre! ¡Es tardísimo! Salí fuera de la cama casi de un salto y me puse lo primero que mi visión alcanzó a ver, me peiné de manera expréss, y corrí a la salida de mi casa, dándole sorbos a una botella de agua que todas las noches religiosamente dejo en la mesa de noche, para emergencias como estas.

Corrí como si la vida me fuera en ello por quince cuadras con paisaje de casas promedio, doblando en la esquina, para llegar a la editorial EditZuñ, un edificio grande y color salmón donde he trabajado durante 20 años. Ya estoy demasiado viejo para estas cosas, pero aún así, no cambio. Pasé la puerta automática y saludé cordialmente a la recepción, donde siempre había una muchacha de cabello castaño y mirada verde que me sonreía con amabilidad y un poco de reproche, "tarde como siempre" expresaba el gesto de su rostro. Mientras colocaba mi pase de entrada, escuché el pitido de ese aparato infernal, que me avisaba que había llegado a tiempo, genial, no tendré descuento de sueldo ésta vez. Caminé hasta mi oficina y suspiré al ver un montón de manuscritos apilados encima del mueble que fungía como mi escritorio. Hoy sí que hay trabajo.

Las horas pasaban, lenta pero maravillosamente, me encantaba mi trabajo, lo cual no suponía una desventaja para mí. Había leído casi todos los manuscritos, me sorprendían que fueran tantos, habían sido nueve en total, más observaciones de un editor novato que estaba entrenando; ese muchacho tenía futuro como editor. Me recargué en la silla y solté un suspiro cansado, aún faltaba uno, estaba por terminar el penúltimo... Sólo un capítulo más. Me animé a mí mismo a continuar para no tener que llevar nada a casa. Primer error.

Llevaba tres cuartos del capítulo cuando escuché a un costado de mi cubículo un grito de inconformidad, muy común en mi área de trabajo, sólo que en esta ocasión la voz me sonó tan conocida que picó mi curiosidad.  Me detuve de mi lectura unos breves segundos, alcé la mirada a la nada, y me pregunté, ¿y si iba a ver? Volteé a ver que aún tenía cosas que hacer y me contesté: NO. Sacudí la cabeza para quitarme la idea, y traté de centrarme otra vez en el escrito. Chingada madre, cómo me costó, pero lo conseguí, era una novela envolvente, de ciencia ficción y el protagonista no lo estaba pasando tan bien, cuando nuevamente, otro grito de inconformidad resonó por toda la empresa, ésta vez estaba más seguro de conocer esa voz.

No pude resistir. Me levanté lentamente de mi asiento cómodo para abrir con sigilo la puerta de la oficina y echar un vistazo hacia el pasillo; era estrecho, con una alfombra castaña, cuadros decorativos, paredes color crema y algunas macetas con plantas, cerca de mi cubículo estaba la gran oficina del mejor editor de la compañía, un veterano de 63 años que era hijo del dueño del lugar. De ese endemoniado lugar procedían los gritos, y como si hubiese sido mala suerte, la puerta se abrió. No tuve tiempo de de procesar la información, mi cuerpo reaccionó como por condicionamiento digno de Pavlov y cerré la puerta de mi oficina casi en nano-segundos. ¡Me lleva la puritita chingada!

¡Era Vicente! ¡Mi primer amor! Recordé entonces fugazmente todos aquellos momentos que pasamos juntos, como si verlo hubiese sido una regresión al pasado, todos los besos, los abrazos, los mimos, discusiones, celos y problemas, tan lindo, pero tan doloroso. Sentí miedo, nerviosismo y ganas de vomitar, mientras escuchaba al anciano discutir con él. Habían pasado muchos años desde la última vez que lo vi, si no mal recordaba unos 25 años desde que nos separamos para poder hacer nuestras vidas. Éramos jóvenes y estúpidos. Jamás me arrepentí de dejarlo, pero aún así el dolor estaba presente, y no se hacía menos fuerte. Tragué saliva y entonces, escuché la maldición;

— Sí no te gusta cómo trabajo, mis puntos de vista como tú editor, te dejaré en manos de uno de los editores de cabeza de la compañía. Yo soy el mejor, pero hay alguien después de mí, con él estarás consultando todo lo que se te pegue tu pinche gana, cabrón —escuché que reprochaba el viejo canoso a Vicente.

¿Yaoi? YaoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora