Capítulo 8: Tormenta y desastre.

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   ...Entré en un campo abierto, hacía frío y el suave viento que soplaba no era de ayuda. Llovía suavemente por lo que el suelo estaba esparcido de charcos. No estaba demasiado oscuro así que al menos podía ver por dónde iba. Sentía que me observaban.
   Avancé un poco hasta que vi un resplandor a lo lejos. Me apuré para llegar hasta él pero no corrí por temor a resbalar. Cuando llegué me encontré bajo un farol antiguo, de dos brazos. La tenue luz que emitía era cálida.
   La lluvia empezaba a fortalecerse y la visibilidad a reducirse. Busqué con la vista un sitio donde refugiarme pero no pude encontrar nada así que decidí quedarme allí donde podía ver.
Pasó un tiempo. La lluvia empeoraba en vez de amainar. Pensé que no fue buena idea esperar, y estaba a punto de largarme para buscar un refugio cuando sentí que debía darme la vuelta.
   Volteé y me encontré cara a cara con una chica a pocos metros de mí, alta, delgada. El pelo le llegaba hasta las rodillas.
   A primera vista noté que había algo raro en ella pero no podía averiguar qué. Miré mejor, ella bajó la mirada al suelo. Y me di cuenta de que las gotas de agua no la impactaban, se estrellaban a uno o dos centímetros de ella, y las gotas resultantes desaparecían.
   De repente y antes de que me diera cuenta comenzó a correr en la dirección contraria y sin saber por qué, corrí tras ella. Algunas veces logré acortar la distancia entre nosotros, pero resbalaba, tropezaba o el viento se enfurecía por unos instantes alejándonos nuevamente. Como si alguien intentara  alejarme más y más.
   En un momento miró hacia atrás, asegurándose de que todavía la seguía. Cuando se dio cuenta de que era así hizo una mueca de enfado y sorpresivamente la lluvia se tornó en granizo.
   Ella ya no corría, se quedó parada dándome la espalda.
   Los trozos de hielo que caían eran bastante grandes, lo suficiente para poder causar heridas graves. No tenía donde refugiarme pero no me importó, solo pensaba en que tenía que salvarla a ella del peligro. Pensándolo ahora, fue una estupidez; el hielo se desintegraba antes de siquiera rozar su cabello.
   Seguí intentando llegar a ella, pero el viento era huracanado y me empujaba hacia atrás. El granizo me golpeaba en los brazos que usaba para taparme la cara.
   Pero en un momento me descuidé. Una bola de hielo impactó en mi cara, perforándome el pómulo derecho. Casi caigo inconsciente, pero aguantando el dolor, me levanté y seguí con mi tarea.
   Ya estaba cerca. Ella estaba al alcance de mi mano. Me miraba con una expresión entre miedo y enojo.

   Caí.
   Estaba cayendo.
   El suelo se había abierto y estábamos cayendo los dos por una grieta sin final, a poca distancia el uno del otro.
   Ella no se veía preocupada, más bien aliviada. Pero yo seguía empecinado en salvarla. Intenté moverme en caída libre hasta alcanzarla y cuando lo hice la sujeté lo más fuerte que pude entre mis brazos e intenté moverme debajo de ella para amortiguar su caída.
   En una de las paredes de la grieta pude ver el brillo de unos ojos que se cerraron lentamente en una señal que entendí como aprobación.
   Perdí el conocimiento, lo que es raro en un sueño, pero así fue.
   Cuando recobré mis sentidos estaba en un campo de flores. Había una loma en cuya cima se encontraba ella. Me acerqué, me vio, me sonrió. Tomé su mano y nos quedamos así un rato.

   Esta vez no crucé ninguna puerta. Simplemente desperté.

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