Capítulo 7: Marionetas.

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   ...Entré en una habitación bastante grande, bien iluminada por la luz del mediodía que entraba por un ventanal en la pared contraria.
   Dispersas por todo el lugar había muñecas, algunas de madera, otras de cerámica, y otras de tela. La mayoría eran agradables de ver aunque no todas, unas pocas tenían cierto aire tétrico. De estas decidí apartar la vista.
   Justo frente al ventanal había una silla y sentada en ella, abrazando sus propias piernas y mirando hacia mí, había una niña de unos ocho o nueve años.
   Le hablé con el tono amigable con el que suele dirigirse a los niños. Le pregunté cómo se llamaba, a lo que no respondió, parecía tímida así que busqué un tema de conversación que pueda serle más entretenido.
   Le pregunté por las muñecas.

-No son muñecas-

   Respondió con decepción mientras hundía más su cabeza entre sus rodillas. Miré hacia el suelo para observar una muñeca cercana y noté que tenía cuerdas atadas a las articulaciones. Eran marionetas.
   Me disculpé y pregunté nuevamente alegando que no lo había notado.
Se alegró como si hubiera esperado mucho tiempo por esa pregunta. Levantó un poco la cabeza y sonrió.

-Las hizo mi abuelo-

-Tu abuelo tiene talento-

-Ya no, se fue pero me dio todas sus marionetas para que lo recordara-

   No parecía triste en absoluto cuando dijo eso.
   Le pedí que me hablara de como las hacía.

-Todas son distintas, nunca hizo dos de la misma manera-

   Dijo con orgullo.
   Se ofreció a contarme las historias que encerraba cada una de ellas. No tenía razones para negarme. Acepté de buena manera.
   Separó sus manos y se paró sobre la silla, parecía jugar que estaba en un escenario.
   Me pidió que le alcanzara uno de los títeres, a lo cual obedecí tomándolo con cuidado y dejándolo suavemente en sus manos.

-Ésta fue hecha de madera de palmera. No hay palmeras acá, así que mi abuelo tuvo que cruzar un río en canoa para encontrar una-

   Me la entregó y me pidió otra.

-Esta es la única que hizo de cuero, dijo que nunca más quería matar un animal, que el valor de la vida es mucho mayor que el de sus obras-

   Y así siguió, mandándome a que le facilitara cada una de las marionetas de la sala. Nunca se bajó de la silla.

-Esta está hecha de arcilla. Mi abuelo me contó que siempre había trabajado con porcelana antes de ser titiritero así que la cabeza no le quedó muy bien. Pero la quiero como a todas las demás-

-Esta tiene su ropa hecha de seda de trigo, mi abuelo me contó que fue muy difícil hacerla, por eso la cuido mucho-

-Esta es blandita porque es de tela y está rellena de algodón. La uso para dormir. Lloré mucho cuando su bracito se enganchó en mi cama y se rompió, pero mi abuelo me dijo que las heridas nos hacen fuertes, y la arregló-

   Ya quedaban pocas por recoger. Estaba por levantar una de tela y cabeza de mármol cuando vi a otra medio escondida detrás de la cortina del ventanal. No era la más rara, pero sin duda fue la que más me llamó la atención. Era de un material gomoso que no conocía, medianamente blanda, y decorada con ropas coloridas. Le pregunté por ella.

-Esa me gusta mucho porque mi abuelo no me contó como la hizo. Me dijo que a veces el misterio le da más encantó a las cosas-

-Tu abuelo tenía mucha razón-

   Dije con melancolía.
   Ella notó que me quedé mirando el títere y, como si sintiera que era su deber, con dolor, me la ofreció como regalo.
   Le dije que no era necesario, que su abuelo la había hecho para ella, y que yo respetaba eso.
   Sonrió y se sentó en la silla nuevamente abrazando sus piernas.

   Estaba atardeciendo.

-Adiós-

   Me dijo mientras cruzaba al despertar.

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