Capítulo 10

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Subo mis jeans con rapidez y ni siquiera amarro los botones cuando ya estoy lanzándome de cabeza al suelo para buscar mis zapatos. Mierda, mierda, mierda...

Encuentro uno debajo de mi cama, lo recojo y me lo pongo mientras salto en un pie. Busco con la mirada el reloj que descansa en el velador de Tristán, y maldigo en voz alta cuando veo que ya voy 45 minutos atrasada.

¿Donde mierda está mi otro zapato?

Lanzo cosas por doquier y doy vuelta toda la jodida habitación en busca de el condenado. Peino mi cabello con los dedos y me pongo la primera camisa que encuentro en el proceso, me repito una y otra vez que no tuve que haberme quedado hasta tan tarde jugando con el fuego, joder...

Me doy por vencida y quito mi zapato empujándolo con mi otro pie, me coloco las botas de cuero que siempre uso y que permanecieron intactas en una de las esquinas del clóset y me cuelgo la mochila al hombro.

Tomo mis llaves, una chaqueta abrigada que colgaba de la silla de mi escritorio para no morir de frío y me dirijo a la puerta de la habitación para salir de allí de una maldita vez por todas. Bien, estoy segura de que ya no podré entrar a la clase de la profesora Lidian, pero quizá si me quedo a rogarle un poquito al menos aceptará el informe que pidió la semana pasada.

Y de verdad creí que saldría de ahí, hasta que ese peculiar zumbido se hizo presente una vez más en todo el silencio de mi dormitorio.

Ya lo había reconocido, ya sabía que significaba y justo en ese momento quise poder no hacerlo, pasarlo desapercibido y correr fuera de la habitación para no tener que enfrentarme a lo que sabía que estaba detrás de mí.

Me volteo rápidamente, y me encuentro con una mirada conocida y fría

"Dime que esto es una broma..."

Mathea está ahí, frente a la ventana, vestido con una camisa de mangas largas blanca y un pantalón negro, junto con casi las mismas botas que las mías. Las alas oscuras a las que ya me había acostumbrado han desaparecido por completo, dejando a la vista solamente a un chico atractivo que no luce mayor de los 26 años frente a mí.

—¿Qué estás haciendo aquí?— es lo único que digo. Mi tono de voz suena indiferente y duro.

—¿No crees que te dará un poco de frío con solo esa camisa? Está nevando afuera.

La manera en la que habla, tan calmada y serena, me hace fruncir el ceño, confundida.

—¿Es eso lo que vas a decir?— acomodo mi mochila en mi hombro a propósito, para que vea la chaqueta que cuelga desde mi brazo.

Rueda sus ojos.

—¿Sigues molesta conmigo?— y lo dice como si fuera una ridículez, como si estuviera exagerando y como si mi molestia no fuera para tanto. Y eso, no hace más que hervirme la sangre.

—Si.

—Bien.

Sin esperar nada y aún más irritada esa mañana, me doy media vuelta y me aproximo a agarrar el mango de la puerta.

Sus pasos acercándose no me detienen en abrirla, pero si de avanzar porque agarra mi brazo y me detiene.

—¿A donde vas?— me obliga a voltearme.

—No te importa.—suelto de manera brusca—Y más te vale que sigas en lo que has hecho estos 2 días porque no te quiero cerca.— me zafo de su agarre y salgo a toda velocidad en dirección al ascensor.

No miro atrás mientras camino a paso apresurado y una vez estoy dentro del pequeño espacio metálico, me permito respirar con normalidad.

DESTRUCCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora