Capítulo 9

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Ninguno de los dos dice una palabra en todo el trayecto que compartimos; ni cuando con un brazo flojo sujeta mi cadera para que las sombras oscuras también me teletransporten a mí, ni cuando aparecemos en mi habitación.

Me separo rápidamente de él y camino en dirección a mi cama, me siento en ella y cruzo mis brazos.

Mathea sigue con sus ojos cada uno de mis movimientos y permanece mudo, como esperando a que yo sea la primera en hablar. La tensión en el ambiente es casi palpable, pero no en un buen sentido. Es incómodo.

—¿Lucifer te envió al campus?— suelto con brusquedad. No sé por qué me decepciona saber eso.

—Así es— me responde con indiferencia, y al igual que yo, cruza sus brazos sobre su pecho.

Una carcajada sin humor se me escapa.

—Es...bueno saberlo.— digo en tono amargo.

—¿Qué problema hay con eso?— el modo en el que habla me pone los pelos de punta, como si se estuviera vengando de alguna forma.

¿De qué maldita forma? No lo sé, no tengo ni idea de porque me afecta saber que lo que él hace no lo hace por convicción propia.

—Ninguno, ¿que problema hay con Azazel?— con un disgusto insoportable, levanto el mentón y lo reto.

Su mirada verde se endurece al instante, y por poco me arrepiento de haber dicho eso, de no ser por lo idiota que se está comportando.

—¿Quién dijo que hay un problema con Azazel?

—Fue notorio...—levanto mis cejas.

Una carcajada sin humor se le escapa.

—Creo que te estás confundiendo...

—¿Yo me estoy confundiendo?— lo imito y con un dedo me apunto a mi misma.

—Si, porque a mí realmente me importa una mierda lo que Azazel diga o haga.

—Oh, ¿en serio?—expreso con sarcasmo— ¿Entonces qué fue eso?

Su nuez de Adán sube y baja pero al mismo tiempo sus músculos tensos crean una especie de armadura delante de él, impidiendome ver más allá de lo que el demonio es físicamente. Me siento frustrada, porque he aprendido a leerlo desde pequeños detalles, pero ahora solo veo a Mathea ocultándose de mí usando una máscara de indiferencia.

—¿Qué cosa? ¿Tu pequeño coqueteo?— ahora es su turno de elevar las cejas con ese tonito muy listo que usa.

Volteo mis ojos.

—¿Coqueteo? Oh vamos, le vas a dar la vuelta a la situación? Joder, qué maduro eres...— ironizo.

—Yo no le estoy dando la vuelta a nada, Abigail— camina unos pasos en mi dirección— Pero ya que estamos, fue bueno, eh. Me sorprendió que no le hayas dicho nada cuando te comió con la mirada, sabiendo como eres.

Me levanto de la cama y me acerco a él, cualquier rastro del nerviosismo que siempre me embarga cuando estoy a su alrededor se ha esfumado. ¿Y éste quien diablos se cree que es?

—¿Y que querías que le dijera? Es un maldito demonio, habría terminado conmigo en dos segundos.

—Joder, realmente piensas que me creeré ese cuentito?— se ríe, y la actitud desinteresada y sarcástica que está usando no hace más que irritarme.—No lo sé, no tienes problema en decirme nada a mí cuando estoy cerca, así que deberías pensar en otra excusa.

Mis oídos no pueden creer lo que estoy escuchando. ¿Es esto una maldita broma?

—¿Es eso, entonces?— abro mis ojos de par en par, quizás en exceso, cuando según yo, interpreto sus palabras.

DESTRUCCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora