Capítulo 16

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Me toma unos minutos encontrar la fuerza mental para abrir los ojos, y cuando lo hago, la claridad me ciega.

Parpadeo un par de veces para acostumbrarme a la luz natural que entra por mi ventana y poco a poco comienzo a sentir la familiaridad; estoy recostada sobre una superficie suave y un pesado edredón cubre mi cuerpo mojado, protegiéndome del exterior.

A pesar de la humedad, la calidez en la que estoy envuelta es pacífica y tranquilizadora, por lo que deseo quedarme cubierta de ella un poco más.

Los párpados me arden, mis músculos están agarrotados. Me siento débil y sin ganas de siquiera moverme, pero una vez estoy más consciente de la realidad me obligo a incorporarme con lentitud.

Un nudo de pensamientos inconexos se acumulan en mi cerebro en ese momento. La pena que obstruye mi pecho es intolerable. La tristeza, el coraje y la ira se arremolinan en mi estómago hasta hacerme suspirar.

Froto mi cara con las manos y suelto aire por la nariz. Trato de mantener las lágrimas a raya, me ordeno hacerlo, y de no dejarme llevar por la oscuridad de mi cabeza.

Reprimo un jadeo y dejo que el silencio reine el lugar, y es solo hasta que mi mente queda en blanco, que me doy cuenta del conocido zumbido que ha estado presente desde que me desperté y que solo indica una cosa.

Mis ojos barren por toda la estancia, y cuando lo veo, mi corazón se salta un latido.

Mathea está aquí, sentado en la cama de Tristán, con el torso ligeramente encorvado y los brazos cruzados en medio de sus piernas, estudiándome con detenimiento.

Sus ojos verdes siguen cada uno de mis movimientos, y sé que ha estado aquí hace ya un buen rato.

Tomo aire en busca de algo que decir, aunque sé que no es necesario hacerlo, no entre nosotros.

La imagen de la ultima vez que estuve consciente revive en mi cabeza, y un puchero brota de mis labios casi sin darme cuenta.

Entonces, más emociones de las que alguna vez recordé ver en él surcan su rostro. Veo preocupación y nerviosismo.

Sus ojos comienzan a buscar algo en los míos, y me traiciono a mi misma cuando éstos se llenan de lágrimas.

Mathea se levanta de la cama y a pasos ágiles se acerca, se sienta frente a mi y coloca su mano áspera en mi mejilla.

—Tranquila, tesoro...—susurra despacio cerca de mi rostro.

Niego con mi cabeza, y una lágrima se escapa de mis ojos. La limpio tan rápido como puedo.

—E-ellos la mataron...—mi voz es un hilo tembloroso y triste.

—No fue tu culpa...—toma una de mis manos con la que tiene libre, en un gesto tierno y gentil.— Necesito que entiendas que no fue tu culpa.

—Si lo fue...—digo entre hipos mientras lloro—De no ser por mi ella no estaría muerta.

—No fue tu culpa, tesoro. Así son ellos— me dice, y un atisbo de rabia llega a mi— Son despiadados, juegan sucio, así que no creas que tu le provocaste daño a tu madre porque no lo hiciste.

Resoplo, y el aire sale entrecortado. Justo como ayer.

—Esto me tiene saturada...—digo limpiando las gotitas que mojan mi rostro—No me gusta sentirme débil, pero no sé cuanto más lo soportaré.

Los brazos de Mathea se envuelven en mi cintura, y su cara se esconde en el hueco entre mi hombro y el cuello, apretándome contra él, sin importarle una mierda que todo mi cuerpo está empapado de la lluvia que provoqué.

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