Capítulo 19

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Pondría un +18 pero como se que de todas formas lo leerán, disfruten:p

Lo había sentido como un golpe de culpabilidad en la cara. Seco, apresurado, y sin derecho a sollozo.

Incluso pensé que no estaba del todo despierta, luego fue como si una bala estuviera viniendo en mi dirección y yo solo la veía, dandome cuenta que el impacto sería inminente. Despues de eso, lo único que me sacó de ese estado mental fue la aflicción que vi en sus ojos.

No conocía a Lucifer demasiado, pero si lo suficiente como para juzgar su moral, sus pensamientos y la forma en la que vive. No había que ser un genio para saber que era un ser compuesto de odio, de soberbia y de envidia, que poseía un hijo al que usaba como marioneta.

Solo trataba de pensarlo, e imágenes de un joven siendo obligado a hacer cosas que no quería me ponían los pelos de punta.

No podía ni imaginar lo que Mathea tuvo que pasar, no quería ni intentarlo.

Yo nunca había tenido una buena relación con mi padre. Se marchó de casa cuando tenía dieciséis luego de engañar a mamá, y honestamente se sintió como un alivio cuando lo hizo.

En mi adolescencia apenas y nos hablábamos cuando no discutíamos, o le gritaba en cara lo mal padre que era pues nunca estaba en casa. Solo pagaba lo que tenía que pagarme junto con mamá y fuera de eso tenía que arreglármelas sola.

Cuando ella murió, cuando la mataron, solo recibí un par de llamadas de consuelo y un cheque de mil quinientos dólares como su maldito apoyo.

Y por eso, porque yo creía odiar al mío cuando a él le tocó algo mucho peor, quería abofetearme a mí misma por nunca entender la dependencia que Mathea está obligado a tener con Lucifer, y que yo no tenía mínima idea.

Las manos me temblaban, y sentía retortijones en el estómago de la pura ansiedad. Estaba tratando desesperadamente de calmar mis nervios para no soltar ningún ruido.

La cabeza me daba vueltas, y dolía más que las heridas sangrantes que tenía en las muñecas o los moretones que me quedaron de la batalla de ayer.

Abro la llave del lavamanos y me enjuago la cara con agua fría. Me había encerrado en el baño apenas la conversación de los otros demonios había salido al pasillo.

Y aún no salía porque esa conversación ya había terminado hace casi media hora.

Estaba pensando en escabullirme por la ventana, de no ser porque está nevando afuera y que no tengo ni zapatos ni pantalones.

Me estoy comportando como una cobarde, lo sé, y no estoy exactamente segura por qué no quiero salir, pero en este preciso momento solo deseo aferrarme a la pequeña protección que este cuartito me ofrece del exterior.

—¿Abigail?

Pego un salto del susto, y por accidente golpeo mi mano con la cerámica de la pared.

—Carajo...— maldigo entre dientes.

—¿Estás...bien?

Trago saliva mientras busco algo que decir en mi mente. Mi corazón bombea nervioso, y por eso mi voz suena sin aliento.

—Yo...salgo en seguida.

Hay un largo silencio después de que respondo, sumido en tensión.

—¿Estás bien?— repite, esta vez con un deje preocupado en su tono.

—Salgo en un minuto, Mathea— digo, casi sonando hastiada.

Trato de no concentrarme en que no dice nada despues de eso, y me apresuro a secar mi cara con la toalla colgada en el gancho de la puerta.

DESTRUCCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora