.:: Capítulo 10. Érewyn ::.

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La incertidumbre ensombreció las vidas de Erethor, Théodwyn y los niños al tiempo que las noches se hacían más oscuras aquel mes de agosto. La luna nueva hizo que las estrellas de Varda fueran las únicas luces que permitieran a la aguda vista del elfo escudriñar más allá de la línea del lejano Celebrant y, sin las fogatas de los rohirrim formando la acostumbrada barrera perfecta como lejanas luciérnagas en la distancia, y sin la tranquilidad que su presencia le había transmitido al saberles allí, Erethor debía permanecer atento durante cada noche.

Apenas dormía y cuando se permitía sucumbir brevemente al sueño, en la seguridad del día, caía en el sopor típico de los más extenuados. Por suerte, tres horas de descanso para él eran igual que doce para un hombre mortal. Pero aún así, cuando el sueño le vencía, Théodwyn se aseguraba de que nada ni nadie le molestara.

La valiente rohir decidió no referirse más al incidente ocurrido con su hermano delante de sus hijos, buscando así que la paz ocupara de nuevo las mentes de los pequeños. Sobretodo la de Éomer quien, con diez años recién cumplidos, era plenamente consciente de la situación. Y el niño descargaba su rabia en cada lección que Erethor le impartía, ya fuera en el uso del arco o de la espada.

Pero la normalidad arribó de nuevo, y aquella nueva situación en la que se hallaban no les resultó más un impedimento para continuar con su día a día. Se convirtió en su nueva realidad, se acostumbraron. Y entonces Erethor halló el momento para regresar a Lórien y compartir con su gente la nueva situación.

A pesar de que el buen Erethor sabía que era de extrema necesidad que los suyos se involucraran finalmente en la defensa de aquellas tierras inhóspitas, ya que eran los límites de su propio bosque, su hogar, también sabía que no podía exigirles nada. Él había hecho su elección un año y medio atrás y cuando lo hizo supo las consecuencias que eso le traería. Salir de Lórien, abandonar la colonia, significaba vivir aparte de ellos, y él ninguna influencia tendría en los Señores, en la vieja Guardia y en sus antiguos guerreros para desviar los esfuerzos de la defensa del bosque en bloquear ataques a las tierras del Páramo.

Estaba solo, y lo aceptaba. Abrazaba ese destino dispuesto a enfrentar lo que fuera. Mas, aún así, compartió con Rissien, Celeborn y Galadriel sus preocupaciones durante la visita que realizó en septiembre, apenas dos meses antes del nacimiento de su bebé.

Su sobrino no estaba de acuerdo en absoluto con la voluntad de Erethor de mantener la colonia de Lórien al margen de sus problemas, y trató por todos los medios de convencer, desde el más profundo respeto, a los Señores de los Galadrim, para que colocaran una patrulla fija fuera de las lindes del bosque. Al final, unos y otros llegaron a un acuerdo y Haldir elaboró una estrategia que permitiría vigilar las escarpadas montañas entre Lórien y el sur del Bosque Negro.

Durante aquella visita, sin embargo, no fueron los problemas estratégicos únicamente el tema de conversación. Erethor se deshacía en sonrisas al hablar de su familia y el brillo de sus ojos poco llevaba a imaginar que en el feudo del Páramo la seguridad fuera incierta.

El ex Capitán de la Guardia era feliz a pesar de todo.

En el claro cubierto de tierno pasto a los pies de los grandes árboles de Caras Galadhon, Galadriel le veía reír y explicar las interminables ocurrencias de Éowyn, elogiar el espíritu caballeresco de Éomer y suspirar al hablar, incansable, de su esposa, de todo cuanto la hacía tan bella a sus ojos, exterior e interiormente, y de todo aquello que merecía la pena el sacrificio y la falta de descanso.

Mellon nîn —le dijo aquella tarde, cuando Erethor finalizó uno de sus relatos y, con la ayuda de Rissien, se disponía a meter en un recio saco una buena cantidad de ramas de mallorn que había decidido llevarse al Páramo. Erethor volteó y la descubrió tras él, junto a Celeborn, y sonrió a ambos como siempre, sumido en aquel enigmático silencio que tanto transmitía—. ¿Eres feliz? —preguntó la elfa, y se acercó a él para acariciar su rostro con inmenso amor, como tantas veces antes.

Simbelmynë (El relato de Erethor y Théodwyn - Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora