.:: Capítulo 5. Rendición ::.

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Las noticias acerca de una serie de encuentros de los hombres de Rohan con grupos numerosos de orcos en Nan Curunír, la llanura junto a la Torre de Orthanc, no tardaron en llegar a algunos lugares de la Tierra Media. Entre ellos, los bastiones de los elfos.

Galadriel y Celeborn, al ser los que se hallaban a menor distancia de Isengard, tomaron la decisión de visitar a Saruman para informarse de primera mano acerca de aquel incremento misterioso del número de orcos en las Hithaeglir, las Montañas Nubladas. Y durante el mes de abril viajaron por la olvidada ruta de Anadûnê, al pie y al oeste de la cordillera montañosa. Aquel antiguo nombre era parte de lo escaso que aún se conservaba de la lengua de Oesternessë y el camino al que hacía referencia no había sido recorrido por los señores de los Galadrim desde que se vieron obligados a abandonar Lindon, tras la derrota de Sauron.

Una vez allí, fueron varias las incursiones que realizaron para inspeccionar el valle de Isengard y que terminaron extendiéndose hasta la cima del Methedras, al norte de Orthanc, en la cordillera de Caradhras. Tales patrullas, además de la seguridad del viaje hasta la morada del Mago Blanco, fueron dispuestas y supervisadas por Erethor que, como Capitán de la Guardia de Lórien, acompañó a sus señores para realizar tales tareas.

Tanto Galadriel como Celeborn sabían que con Erethor liderando los grupos de rastreadores era imposible que se quedara rincón en Nan Curunír por explorar ni sendero montaña arriba por rastrear. Erethor era el mejor en aquellas lides. De modo que, cuando el Capitán de la Guardia regresó a Isengard con sus elfos al cabo de algunos días, sin pistas del paradero y sin información acerca de qué era lo que tramaban aquellos orcos, los señores de los Galadrim se miraron entre ellos en silencio, compartiendo su desconcierto. Era imposible que aquellas descuidadas alimañas no hubieran dejado rastro alguno tras pasar por allí. Mas lo que sí descubrió Erethor fue algo interesante: una serie de grutas al pie del Methedras, cuya exploración se alargó por varios días y no concluyó del todo, ya que muchas de las galerías se extendían serpenteando, subiendo y bajando, o estrechándose y ampliándose en el vientre de Caradhras. Y, ¿dónde terminaban? Ellos no eran capaces de saberlo. Pero Erethor estaba seguro de que se comunicaban con Moria.

Así pues, las Hithaeglir estaban huecas, y miles de pasadizos naturales o excavados las recorrían de Norte a Sur y de Este a Oeste. Eso podía representar un verdadero problema, ya que si no localizaban a los orcos en Nan Curunír o en Enedwaith, sólo podía significar que estaban usando aquellas galerías para ocultarse como escurridizos reptiles.

Curunír observaba las distantes cumbres nevadas desde la cima de la Torre de Orthanc mientras escuchaba el reporte que el Capitán de la Guardia de Lórien relataba a sus señores. Y cuando Erethor concluyó y se mantuvo inmóvil y silencioso, un paso por detrás de Celeborn y Galadriel, el Mago Blanco dejó escapar un bufido contrariado y volteó hacia los elfos, que percibieron su aspecto como si aquel desconocimiento pesara sobre sus hombros igual que las edades que había vivido en Arda.

—Se dice que la falta de noticias es una buena noticia. Pero no en este caso —las cejas de Curunír se fruncieron tanto que sus ojos quedaron prácticamente ocultos—. En este caso, no saber lo que está sucediendo nos puede salir muy caro...

—En esta situación tan sólo existe un modo de obtener el conocimiento que requerimos —intervino Celeborn, tan sereno como siempre—: sacárselo directamente al enemigo.

Erethor miró a su señor sin mediar palabra. La plena confianza que Celeborn y Galadriel depositaban en él le permitía estar presente en los cónclaves que celebraban con el resto de Altos Señores de la Tierra Media, excepto en el Concilio Blanco, pero nunca osaba intervenir. Bien sabía que no era su lugar.

Simbelmynë (El relato de Erethor y Théodwyn - Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora