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Aquel año fue complicado. Mantenerse en pie a pesar de la dureza de las circunstancias en las que el ataque de los trasgos les dejó, no fue en absoluto una tarea sencilla. El trabajo en el feudo era exigente y duro, y los días eran largos y siempre había algo que hacer, que reparar o de lo que encargarse de forma improvisada.
Pero la sonrisa de Erethor resplandecía a diario, a pesar de todo. La luz a la que Théodwyn se despertaba cada mañana no era ya la del sol que se habría paso a través de los viejos postigos, si no a la de la mirada de Erethor, a quien siempre hallaba despierto, tumbado a su lado y aguardando paciente a que ella abriera los ojos.
El verano les trajo el crecimiento de cultivos sin enfermedades o plagas de las que preocuparse, y también el nacimiento de nuevos potros, de los que tan sólo perdieron a uno.
Éomer y Éowyn se nutrían de las enseñanzas de Erethor ya fuera en canciones o en relatos de vivencias pasadas. Bajo la instrucción paciente del elfo, el niño, además, se volvió más diestro con el arco y firme con la espada. Y comenzó a aprender, además, que la guerra, a veces, implicaba más estrategia que arrojo, más sangre fría que honor.
Y así, la vida transcurrió en paz, sin novedades de las poblaciones cercanas o de Lórien.
El otoño trajo temperaturas más frescas, la recolecta del grano y la venta de la cerveza destilada por Théodwyn a los soldados del Fuerte del Páramo, con quienes la joven mantenía buenas relaciones. Tanto fue así que consiguió venderles también una tercera parte del trigo y la avena recolectados en sus campos.
A las puertas del invierno hicieron balance de la situación y comprobaron que tanto el nuevo granero como el cofre de monedas de Théodwyn estaban bien llenos. De modo que, aquel año, la estación más dura de todas no lo fue tanto en casa de Théodwyn.
Y el frío le trajo a la dama del Páramo la posibilidad de relajarse un poco en sus actividades diarias, ya que no había trabajo para hacer en el campo y los potrillos ya no eran pequeños y delicados. Debido a esto no fueron pocas las ocasiones en las que Erethor la encontraba mirándole ensimismada mientras cortaba leña, domaba los potros más rebeldes e imposibles o dedicaba su tiempo y su atención a Éomer y Éowyn, que a esas alturas ya eran para él como sus hijos.
El frío renovaba y hacía necesaria la pasión cuando los niños caían rendidos por la noche, y los dos amantes liberaban sus deseos más viscerales y ocultos sin importarles el helor que se adueñaba de la alcoba y, a veces, sin que repararan en que las ascuas del brasero se apagaban.
Todo se volvía intenso entonces. El mundo alrededor de ambos dejaba de existir e incluso el tiempo se detenía entre besos, caricias y susurros, en ocasiones mucho más ardientes de lo normal. La fogosidad del incansable elfo y el portento de su naturaleza quedaba patente y Théodwyn sentía, en ocasiones, que no sería capaz de resistir sin desmayarse a tal ímpetu. Pero eso sólo pasaba contadas veces. La mayoría del tiempo, Erethor hacía gala de su bondad: era dulce, sensible y tierno con ella, y su amor se manifestaba de las maneras más delicadas.
Pero el frío invierno llegó a su final sin novedades ni rastro de enemigos al Norte, en las montañas, o al Este, en las altas hierbas del Páramo. Y hacia finales de marzo del siguiente año, mientras organizaban el trabajo en el que consistiría la siembra de ese año, la buenaventura llegó a sus vidas: Théodwyn estaba embarazada.
La noticia fue recibida con entusiasmo por los niños y Erethor se sintió tan afortunado que comenzó casi de inmediato a planificar la que sería su nueva vida como padre de un bebé. Lo primero que hizo fue visitar a su gente, en Lothlórien, y dar la buena noticia a sus más allegados. Rissien se sorprendió al oírlo pero de inmediato se sintió entusiasmado por tener un primo o una prima. Galadriel y Celeborn le dieron su enhorabuena y le transmitieron su deseo de que recurriera a ellos si necesitaba ayuda, y el resto de los elfos de Caras Galadhon brindó por la buena noticia a la salud de Erethor y Théodwyn.
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Simbelmynë (El relato de Erethor y Théodwyn - Terminada)
RomansaContra Sauron y junto a los Noldor luchó un elfo Sindar que nació en Doriath el mismo año que Glaurung abandonó Angband y que, durante la primera Edad del Sol, juró lealtad y protección a la Dama Blanca. Esta es la historia de los últimos años de a...