CAPÍTULO 2

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Flashback.

Esa tarde había salido temprano del trabajo. Era viernes y no había más encargos por revisar. Louis se ofreció en pasar por mí y me invitó a su famosa “casería de Macarons”. Era una de esas palabras que él solía mezclar y hacer que sonaran divertidas, al referirse en ir a una tienda al azar donde vendían macarrones y comer uno de diferente sabor, para que después decidiéramos cual era el mejor. Habíamos hecho esto un par de veces anteriormente y en verdad era una experiencia exquisita. Terminamos yendo a la famosa tienda Ladurée.

-Definitivamente estos son los mejores –Louis dijo cuando terminó de comerse un macarons de limón. Asentí dándole la razón mientras aún tenia el mío de frambuesa en la boca.

-Sin duda  –le contesté. Louis me miró sonriéndome y siguió comiéndose el resto de macarrones que quedaban. Me encantaba la sonrisa de Louis, era contagiosa. Me hacia sonreírle de vuelta siempre. Además de que cada vez que lo hacía, sus ojos brillaban y profundizaban ese azul en ellos.

Luego de eso Louis insistió en llevarme a cenar pero antes quise que pasara por mi casa para poder cambiarme.

Mientras íbamos en su auto, recibí la llamada.

-Anna... Robert ha muerto –dijo mi mamá al contestarle la llamada. Dejé caer mi teléfono inmediatamente al piso del carro. No lo podía creer.

Esto no podía ser cierto.

Mi papá no podía haber muerto. No.

Me negaba rotundamente en creerlo.

No pude recordar que pasó luego, sólo se que horas después me encontraba sentada junto a mi madre en un vuelo con destino a Nueva York. Estaba totalmente devastada. Apenas y logré empacar lo necesario para el funeral.

Pensarlo era tan irreal. Me costaba pensar que mi papá estuviese muerto. Hce un día apenas estaba hablando con él por teléfono, y hoy ya no estaba entre nosotros por causa de un maldito paro respiratorio.

Me costaba pensar en una vida sin mi papá.

Recuerdo una vez que tenía diez años y mamá ya no estaba viviendo con nosotros, me había dado varicela y me sentía horrible. Durante esa semana mi papá no fue al trabajo y se quedó en casa conmigo para cuidarme, y no le importó que lo abrazara mientras dormía a pesar de que él sabia que podía contagiarse también. Me compró los envases más grandes de helado de fresa porque sabía que era mi favorito, me cocinaba mi comida favorita y todo para que me sintiera mejor. Una semana después que se fue mi varicela, él la contagió y fue divertido para mi consentirlo de la misma manera que él lo hizo conmigo. En esos tiempos pensaba que mi papá iba a vivir por siempre. Que sería mi heroe.

Ese y miles de recuerdos se adueñaron de mi mente, y sin darme cuenta estaba sollozando ruidosamente. Mi mamá a mi lado también lo hacia, pero en silencio. A ella también le dolía, había perdido a su primer amor. Ella me acercó  mas a su pecho y me cubrió con sus brazos hasta quedarme dormida.

Nada, absolutamente nada se comparaba al dolor que sentía en ese momento.

Al llegar a Nueva York, los recuerdos me invadieron nuevamente. Esta vez era una mezcla de todos. De mi padre, de Joe, de los momentos que pase junto a él, del último momento y la llamada. Este aeropuerto me recordaba que él ni siquiera vino por mi.

Si todo hubiese sido distinto, si nada hubiese pasado entre Joe y yo, quizás hubiese estado con mi papá en sus últimos meses. Me sentía mal por no haber estado con él.

Durante el funeral todo fue muy triste, lógicamente. Me dolía ver a los amigos de mi papá ahí, incluso los que alguna vez me cayeron mal, me sentía agradecida de su presencia en el lugar. Y por muy estúpido y masoquista que sonara, tenía la esperanza de que al menos Nick, Kevin o Joe llegaran. Pero por supuesto, eso no pasó.

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