Capítulo 7

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MARATÓN 3/3

Hacía ya unos días que estaba en casa de Ross cuando me senté en el sofá del salón, haciendo una práctica de lingüística avanzada cuando escuché el timbre. Estaba sola en casa, así que me puse de pie y me acerqué a la puerta con el pijama puesto. En realidad, Will y Naya estaban en su habitación, pero estaban tan ocupados que era como si estuviera sola.

Nada más abrir, me quedé mirando una chica un poco más baja que yo, más delgada y con un flequillo rubio mucho más bonito que mi pelo atado de mala manera.

De hecho, ella entera era muy guapa. Tenía los rasgos finos y una sonrisa amable que vaciló un poco cuando me vio. Iba vestida con unos pantalones que parecían caros, unos zapatos de marca y una chaqueta roja con una frase en francés.

—Hola —le dije, confusa.

—Hola —sonrió—. ¿Está Ross?

Claro que sí. Era Lana. Lo había sabido desde el momento en que la había visto. Una corazonada Una de las malas.

Pensar en Ross se me hacía un poco incómodo. Después de lo que había dicho Sue, la relación se había vuelto un poco incómoda. Más que nada porque seguíamos interactuando como siempre, pero cada vez que nos rozábamos, nos quedábamos los dos en silencio incómodo antes de intentar fingir que no había pasado.

Por no hablar de los sueños relacionados con él, que se estaban repitiendo cada noche.

—No está —le dije a Lana, volviendo a la realidad—. Pero puedes esperarlo aquí. No creo que tarde mucho. Termina las clases a las...

—Cinco —me sonrió, pasando—. Lo sé.

Me quedé mirando su espalda y me ajusté las gafas. Me arrepentía de no haberme puesto las lentillas.

Lana miró a su alrededor y se quitó la chaqueta. Llevaba puesto un jersey ajustado que yo jamás me habría atrevido ni a tocar para que no me marcara demasiado la barriga. Ella, sin embargo, tenía un vientre plano perfecto.

Me cayó mal. No voy a negarlo.

—Esto está tal y como lo recordaba —me dijo, sonriendo.

En realidad, no sabía por qué me caía mal. En el fondo, no me había dicho nada malo. De hecho, la conocía desde hacía cinco segundos, pero lo hacía. Me caía muy pero que muy mal.

—¿Has venido aquí antes? —pregunté como una idiota.

—Muchas veces —me aseguró, sentándose—. Oh, ¿estabas haciendo los deberes? ¿Te he molestado?

—No, no —quité los apuntes del sofá y los puse en mi carpeta—. No te preocupes.

Ella miró mi atuendo, que era mi pijama improvisado con ropa de Ross, y sonrió. Ni siquiera parecía hacerlo con malicia, pero yo me sentí como si fuera con una bolsa de basura. ¿Por qué usaba tanta ropa de Ross últimamente? Si me quedaba ridícula.

Porque te gusta el olor a él.

Cállate, conciencia.

—Tú debes ser Jennifer —dijo.

—Sí —sonreí, o lo intenté—. ¿Cómo lo sabes?

—Ross me dijo que tenía a una chica viviendo con él. Me ha hablado mucho de ti.

—Ah... ¿sí?

—Sí, pero eso es como el secreto de confesión. No puedo contártelo.

Se rio y su estúpidamente perfecta risa me dio rabia.

Antes de diciembre / Después de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora