XV- EL CALOR DE LA MAÑANA

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¿Como pudo ser que mi vida normal, llegó a tal locura?

Me desperté debido al calor que sentía en la cara. Al abrir los ojos me di cuenta de que era provocado por los rayos del sol, el cual brillaba intensamente en el cielo. Estaba sola, recostada en el suelo en un cráter pequeño, la pala seguía a mi lado y me dolía el cuerpo intensamente. Había un silencio muy generalizado, a lo lejos, apenas se podían oír los pájaros que revoloteaban y cantaban.

De nueva cuenta Leira no estaba por ningún lado, al igual que cuando chocamos, me sentí tan estúpida por creer que podría vencer a la otra yo sola. Mi auto seguía en la misma posición que la noche anterior, por alguna razón, después de tanta incertidumbre, ver que algo era constante me hacía sentir tranquila.

Finalmente, me levante como pude, tome la pala una vez más, y utilizándola como bastón me dirigí a mi auto, entre con dificultad, mi cuerpo se sentía cansado, coloque la pala en el asiento del acompañante. Las llaves del auto no estaban por ningún lado y mientras más tiempo pasaba buscándolas frenéticamente dentro de mis bolsillos en mi cabeza se formaba un chirrido, y por la espalda me recorrían escalofríos constantes.

La simple idea, y la imagen vivida de mis llaves perdidas entre las frondosas plantas de los incontables sitios por donde pasé, me generaba ansiedad, y por todo el estrés me sentía a punto de llorar, un ruido fuerte retumba e interrumpe mis frenéticos pensamientos y delirios. Es Leira, quien me mira confundida desde afuera.

Con un suspiro de alivio y secándome una traviesa lágrima, abro la puerta:

—Esta vez realmente me asusté, ¿tienes las llaves? — dije mientras caminaba lentamente hacia la puerta del copiloto.

— Después de lidiar con un psicótico caníbal ¿quieres presentar cargos por robo de auto? — dijo Leira mientras se acomodaba torpemente en su asiento.

— Dudo que estando en medio de la nada, alguien pudiera robarme el auto, y si así fuera hubiera tenido que matarlo— dije de forma sarcástica, simultáneamente retire la pala de mi asiento y me senté cómodamente.

—Asesinar no debe volverse un hábito, prefiero suicidarme antes que repetir algo como esto—dice mientras ríe levemente — aunque Leira se veía igual de sarcástica y fuerte que siempre, algo en su forma de moverse y de actuar me hacía pensar que no estaba del todo bien.

— Leira, ¿Qué fue lo que realmente paso hace rato? Esa cosa iba a matarme y luego... todo se quedó en blanco y desperté en el suelo adolorida— Leira me miraba incómodamente desde el asiento del conductor, algo de lo que dije realmente la había asustado.

— ¿Eso te pasa muy a menudo?, Lydia, no te estoy juzgando, tu nos salvaste, todo está bien— Leira apenas había colocado las llaves, aunque hubiéramos vivido un infierno, no parecía que quisiéramos irnos de aquel lugar.

— Ocurrió lo mismo cuando el ladrón me atacó, yo, me puse histérica y empecé a escuchar muchas voces en mi cabeza que gritaban a la vez, fue una locura y después el tipo estaba muerto y yo inconsciente en el suelo. No pretendo justificarme, pero— aún no terminaba de pronunciar la última palabra cuando Leira me hizo callar.

— Estamos bien y es lo único que importa, nada más, solo eso, bueno solo debemos rezar porque el auto funcione y podamos irnos a casa— Leira se encontraba mirando hacia adelante y de sus oídos salía sangre y aunque parecía estar casi seca, no pude evitar pensar en los sueños que tuve cuando me quede inconsciente.

— ¿Leira yo te hice eso...? — de nueva cuenta me vi interrumpida por el ruido del motor encendiéndose, y una enorme sonrisa en el rostro de Leira y sus ganas por ignorar lo que preguntaba, me hicieron no volver a preguntar nada.

El dolor muscular que tenía, ocasionado por el cansancio me hizo que poco a poco me quedara dormida, recostada en aquel sillón y aunque de vez en cuando podía sentir la mirada de Leira caí en un profundo sueño.

Despierto estrepitosamente, pero no estoy en mi auto, ni en casa, estoy recostada en una litera y mi cuerpo es más pequeño de lo normal, todo está oscuro. Una pequeña mano cae desde la parte superior de la cama, reconozco que es Samuel, quien parece haberse despertado por mi culpa.

— ¿De nuevo no puedes dormir, es esa pesadilla de nuevo? — el pequeño niño suena preocupado, y aunque sé que estoy dentro de mis sueños y que todo eso es producto de mi imaginación, me conmueve su ternura.

— Samuel, vuelve a dormir— con mi mano, que ahora parece ser de tamaño normal tomo la suya, la cual es increíblemente suave. Un estruendo espantoso suena al fondo, el pequeño niño no parece darse cuenta del peligro y unas manos gigantes parecen arrancar el techo, eran aterradoras y grandes, aunque parecían no poder mantener su forma, de pronto, la pequeña mano de Samuel se deshace en la mía, como si estuviera hecha de arena negra.

Todo lo que me rodeaba se vuelve arena, una arena oscura y maloliente, inesperadamente caigo unos cuantos metros entre la arena oscura, que me abraza como cientos de diminutas manos y me encuentro frente al monstruo que, mirándolo más de cerca, está hecho de la misma arena que todo lo demás. Sus múltiples ojos me miran con rabia, y el rojo intenso que los inunda parece comenzar a brillar. Aún en la oscuridad, parezco distinguir que una de sus enormes garras se dirige veloz mente hacia mí y con miedo y cobardía me dispongo a morir una vez más, con la esperanza de por fin despertar.

El monstruo ruge fuertemente y frente a mi aparece, la otra yo, con un vestido purpura y una espada reluciente que parece emitir su propia luz. Aquel ser de enormes dimensiones se deshace en un mar de arena oscura. Nada tiene sentido.

La otra yo me ayuda a ponerme de pie, pero sigue sosteniendo mis manos y me mira fijamente. Yo realmente no confió en ella, pero no me alejo —Lydia, si me dejas tomar el control, podremos volver a derrotar a esos monstruos y a quien tu desees, incluso podrías recuperar lo que te arrebataron— entre la confusión de los acontecimientos y lo rápido que sucede todo dentro del sueño, el único destello presente aún es el de la espada que mantiene aún la chica en sus manos.

— No sé de qué estás hablando, ¿recuperar a quien, y que demonios hago preguntándole a un clon mío dentro de mis sueños? — la otra yo se encontraba aún frente a mí, su rostro reflejaba incomodidad o inconformidad, yo diría que incluso se veía enojada conmigo.

—Lydia, sé que te lavaron el cerebro increíblemente bien, pero no luché contra el muro para que me mires como si fuera una estúpida alucinación— el tono de su voz se incrementaba a medida que hablaba.

Me quedé mirándola, ya que no todos los días te encuentras en tus sueños, delirando con monstruos gigantes y versiones tuyas que luchan con el mal.

—Solo tienes que decir que si, solo tienes que dejarme entrar, seremos grandes como antes, incluso más — A pesar de que seguíamos paradas en la oscuridad, poco a poco me sentía más pequeña que la otra yo, que a su vez iba creciendo y la luz que emanaba su cuerpo se iba convirtiendo en una versión más oscura. Sus manos, ahora mucho más grandes que las mías, me sostenían con firmeza y me lastimaban lentamente.

— NO— dije de forma lenta y con el tono más serio que pude encontrar dentro de mí. Su expresión cambio en segundos, inmediatamente frunció el ceño y con aquella mirada de odio, me dijo de nuevo:

— Lydia, asumiré que sigues en trance por todo lo ocurrido y que no estás jugando conmigo, llamándome cuando me necesitas y después negándome la entrada total, volveré cuando estés lista para aceptarme— la figura, que cada vez se parecía menos a mí y se distorsionaba se puso de pie, alejándose poco a poco, sus pasos hacían retumbar la arena bajo mis diminutos pies.

— Esta bien, pero espera, vuelve por favor, no contestaste mi pregunta, tengo muchas dudas— dije prácticamente gritando. Apenas podía ver su figura a lo lejos, que se detuvo en seco.

— Lo recuperaras a él, a Samuel— contestó aun dándome la espalda.

— ¿Cómo recuperas algo que aún no has perdido? — dije mirándola fijamente

— Aún no lo sabes, pero ya lo has perdido— de pronto no pude distinguir su figura entre las tinieblas.

Me quedé sola en aquella oscuridad, que me abrazaba fríamente. La arena entre mis pies se sentía cada vez más fina y la desesperación merodeaba por aquel lugar. En el fondo aún podía escuchar el motor del auto andando.

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