[ Capítulo 2: ostentador ]

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[ Residencia de los Salmerins ]


—He dicho que camines; no hagas que me enfade, escoria —espetó a la vez que tironeaba de la correa que estaba unida a la gargantilla de cuero que aquel supuesto juguete llevaba alrededor de su fino y pálido cuello.

Por el rostro, enrojecido por los golpes anteriores, del humano caían lágrimas sin descanso, a la vez que gateaba con las rodillas adoloridas por el esfuerzo que hizo hacía varios momentos en la habitación de su ama. Tanto en sus muñecas como en sus tobillos, tenía ligeras pulseras de metal que, gracias a un mando a distancia, podrían darle varias descargas potentes eléctricas que podrían llegar a inmovilizar su cuerpo por días enteros.

A la vez que subían los escalones, uno por uno, el cuerpo del muchacho se sentía cada vez más débil, hasta tal punto de querer llorar y dejarse caer escaleras abajo, a ver si así acababa con su vida y con ese sufrimiento a la misma vez. Pero, por alguna razón, sus rodillas seguían levantándose y moviéndose de escalón en escalón. 

Puede, que en fondo, muy en el fondo, valoraba su vida sobre el sufrimiento que fue provocado por un simple malentendido a las tantas de la noche en un club medio abandonado.

—¿Otro juguetito, querido?—una dulce pero que emanaba toxicidad y peligro, sonó por el espacio de las escaleras y desde arriba. 

Cuando el humano adolorido levantó ligeramente la cabeza, pudo ver la silueta de una mujer esbelta, de cuerpo proporcionado y de complexión delgada. Su pelo negro y liso caía por uno de sus hombros y sus pupilas —aunque sus párpados estuviesen entrecerrados— brillaban en un tono rojizo, como la sangre.

Afuera llovía a cántaros y de vez en cuando, algún que otro rayo caía e iluminaba el camino que hacían. Por eso mismo, al caer uno a escasos metros de la gran residencia, todo el espacio quedó iluminado por varios segundos, aunque la imagen quedó grabada en la mente del humano para siempre.

La chica era joven, o su apariencia eso reflejaba, y, resbalando por la comisura de sus labios y parte de su rostro entero, se encontraba untado con sangre oscura y había varias marcas como si se lo hubiese intentado quitar. Aunque, por la expresión de satisfacción que tenía su rostro, no parecía muy preocupada por ese detalle. Tampoco su amo.

—Lo encontré fisgoneando en nuestro club y pensé, ¿por qué no traer un poco de diversión a Penthouse?—explicó el chico, el cual volvió a tironear de nuevo la correa, casi ahogando al humano por el movimiento tan brusco.

—Sabes que a padre no le hará mucha gracia, y más sabiendo el incidente que le ocurrió a madre...—dijo, volviendo su voz cada vez más en un susurro, abriendo mejor sus ojos y mirando de forma algo recelosa a, lo que el humano pudo deducir, su hermano.

—Solo estás celosa, Katherine, y eso es normal. ¿Cuánto hace que no tienes una velada romántica con algún humano?—ahora replicó en su defensa el chico, usando mayoritariamente un tono burlesco y despectivo. La chica bufó y volvió a cruzar sus brazos, apartando la mirada. Él continuó;—Ya sabes, esas veladas donde utilizas tus preciados juguetes sádicos...

—¡CÁLLATE!—exclamó ella lo más alto que su voz le permitía, mirando hacia él fijamente y su ceño cada vez frunciéndose más.—Eres el que en peor posición estás, Julius, trayendo aquí, a la casa residencial, a los enemigos de nuestros padres. 

—No me entiendes, querida —dijo, ahora llegando al final de las interminables escaleras. Cuando estuvieron a la misma altura, Julius se agachó y, con una mano enganchada a la nuca del mortal, se acercó a sus labios y los besó ferozmente. Duró poco menos de un minuto y, cuando se separó y se puso de nuevo de pie, un ligero rastro de sangre brotaba de entre sus labios. 

ℂriaturas ℕocturnas    ☾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora