Prólogo

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"Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos".

- Robert Oppenheimer

El primer recuerdo que tengo de mi infancia es sin lugar a duda despertando en una noche tormentosa, para mi corta edad el mundo afuera estaba desmoronándose violentamente; imaginaba los escombros de la civilización entera impactando pesadamente contra mi ventana, dejando detrás una estela brillante que buscaba de manera desesperada aferrarse al cristal, el alma de aquellos que aún no estaban listos para partir, si prestaba atención podía escucharlos lanzar gritos agonizantes.

Traté de acallar el infierno cubriéndome de pies a cabeza con la manta, mientras pensaba en mamá, papá, en todo aquello con lo que me sintiera segura; en la escuela la maestra nos había aconsejado contar lentamente hasta diez cuando sintiéramos miedo. Respiré profundamente y con mi voz más sigilosa comencé.

"Uno... dos... tres..." Pero entonces la bestia despertó y desde su guarida en los cielos rugió con todas sus fuerzas haciendo que todo se estremeciera a su paso, pude sentir claramente como las cuatro paredes a mi alrededor se agitaban fuertemente. No necesitaba otra excusa, inmediatamente salí disparada fuera de mi habitación.

Mis pisadas eran amortiguadas por la alfombra que cubría el corredor, mi respiración se entrecortaba al correr, unas cuantas lagrimas se iban formando en mis ojos al tiempo que una palabra emergía rápidamente desde lo mas profundo de mi ser. "¡Mami!" grité en cuanto estuve dentro de su recamara, de un salto subí a la cama buscando con todas mis fuerzas sus reconfortantes brazos.

Mis padres despertaron súbitamente aún aturdidos por el sueño "¿Qué...qué ocurre, cielo?" preguntó mamá mientras hacía un enorme esfuerzo por tranquilizarme. "¡El monstruo! ¡El monstruo viene por mí! ¡No dejes que me lleve!" Durante el siguiente par de minutos no me despegué de su lado, aprisionada a la idea de que estando con ella nada malo me iba a pasar.

"Está bien, está bien, no tienes nada que temer, aquí estamos"

"¡Pero yo lo oí! ¡Está enojado y quiere llevarme con él!"

"Tranquila, cariño, no pasa nada, seguramente tuviste una pesadilla"

"¿P...pesadilla?"

"Así es, solo fue un mal sueño, y los sueños no pueden hacerte daño"

"¿De verdad?"

"Te doy mi palabra, mañana cuando despiertes verás que ya no hay monstruos en el cielo"

El efecto buscado no se hizo esperar, inmediatamente comencé a serenarme. Por sugerencia de mi padre pasé el resto de la noche con ellos, ahora me sentía mucho más tranquila sabiendo cual era la realidad. Eché un ultimo vistazo por la ventana, y aunque afuera continuaba la lluvia podía estar segura de que la bestia en el cielo no podría hacerme daño nunca más.

A partir de ese día dejé de temerle a los sueños, nunca correría peligro, sin importar lo aterradores que pudieran llegar a ser, a la mañana siguiente todo estaría bien. Al despertar podía ordenar a la oscuridad irse con la llegada del amanecer, después de todo aquello que veía cada noche solo eran eso... sueños... ¿Verdad?

Abro los ojos, no de manera paulatina y sosegada, sino como con un interruptor que pasa de estar apagado a encendido en un pestañeo. Ya no estoy en mi habitación, ni en mi cama, por un instante considero la opción de que ni siquiera estoy viva.

Me incorporo lentamente hasta quedar sentada, el lugar en donde me encuentro pudo haber sido sacado de una película de terror, tiene toda la pinta de ser una casa abandonada en la que un asesino serial cometió todos sus crímenes, o posiblemente un ente maligno tomo posesión del lugar, condenando al todo el que entre a ella a una muerte horrible e inhumana.

Elizabeth I: El chico en la ciudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora