Capitulo I. La vida normal de una chica normal

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Mis ojos se abren como un par de persianas, el sobresalto provoca que los minutos siguientes los viva en un estado de completo aturdimiento, ni siquiera me he dado cuenta en qué momento me senté en la cama. Me quedo estática, con todos mis sentidos en alerta, la respiración entrecortada y sudando a cantaros.

Instintivamente comienzo a inspeccionar todo mi cuerpo, para así cerciorarme que me encuentro sana y salva. Una vez terminado esto procedo a examinar la periferia; estoy sumida en una pacifica oscuridad, recurro a mis manos para tantear lo que se encuentra a mi alrededor. Mis sabanas y el edredón que las cubre siguen en su lugar, realizando su función de protegerme por las noches, no lo suficientemente bien al parecer.

Una vez que mis ojos se acostumbran a la penumbra puedo por fin observar cada detalle de mi habitación, mi escritorio repleto de papeles, el televisor en su respectivo soporte, un enorme espejo en una de las paredes laterales, la puerta con acceso al baño, y mi armario, todo parece estar en orden.

Ahora que por fin he concluido el reconocimiento de mi recinto sagrado puedo tranquilizarme, pero algo me lo impide obstinadamente. Imágenes fugaces se proyectan en mi cabeza como una película vieja, cuya cinta está dañada por el tiempo y el uso. La mansión abandonada, los golpes y repiqueteos, el extenso pasillo oscuro, los perros monstruosos, aquella figura aterradora que me salvó.

"Eres real..." la frase resuena en mi cabeza como las campanadas de una catedral. ¿A qué se refería? ¿Quién era ese sujeto? ¿A caso él... también era real? Mi corazón lucha desesperadamente por aferrarse a la idea de que ha sido solo un sueño, con ese característico mal sabor de boca que me deja al despertar.

La diferencia recae en que en las veces anteriores podía despertar, relajarme un poco y continuar mi vida, con la suerte de que para el medio día ya todo hubiera quedado en el olvido. Pero en esta ocasión las reglas han cambiado bruscamente, esta experiencia está clavada en lo mas profundo de mi memoria, y por más que lo intento se resiste a salir. Queda única y exclusivamente en mí el querer deshacerme de ella cuanto antes, aunque a decir verdad nunca se me ha dado bien el fingir las cosas, necesito una segunda opinión.

Mi mente trabaja a mil por hora, opciones y soluciones vienen y van como las olas en el mar, deshecho cada idea cual bola de papel en el suelo. Estoy tan inmersa en mis pensamientos que no escucho el lejano susurro aproximarse rápidamente por el corredor fuera de mi habitación, en un inicio asemeja a una nota musical convertida poco a poco en una voz sin expresión alguna que suena por encima de mi cabeza, no es tan fuerte, pero puedo asegurar que está cada vez más cerca.

- ¡Elizabeth Gardner, si no te levantas ahora mismo te irás caminando a la escuela! – anuncia mi madre en cuanto llega al umbral de la recamara. No la volteo a ver, ni siquiera le presto atención, sigo ensimismada entre dos mundos, el sueño y la realidad. –¿Hija? – es hasta que mi madre enciende las luces del techo que por fin salgo de aquel estado sobrenatural. Le dedico una mirada confundida.

- ¿Sí? – logro soltar apenas con un tono vacilante. Estoy completamente segura que una estridente alarma suena dentro de su cabeza, de lo contrario no se acercaría apresuradamente a mi encuentro. Se sienta en el borde de la cama y me observa con sumo cuidado

- Cariño ¿Qué sucede? ¿Te sientes bien? – hay una tranquilidad artificial en sus ojos, se puede notar el enorme esfuerzo que hace para no aparentar preocupación. Detesto cuando se pone de esa manera, la mayoría de las veces es casi imposible convencerla de que no pasa nada, sea verdad o no.

- S...sí, descuida, todo en orden, aún sigo un poco adormilada, me quedé hasta tarde trabajando en un proyecto de la escuela – como lo supuse no cree una sola de mis palabras.

Elizabeth I: El chico en la ciudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora