No me gustaban los viernes, no, más bien los detestaba, cada jueves cuando la maestra anunciaba a la clase que el fin de semana se aproximaba todos mis compañeros festejaban con suma emoción, pero yo no, yo rogaba con todas mis fuerzas que el calendario diera un salto como en el juego del avioncito y volviera a caer en lunes. ¿Cómo puedes conseguir que una niña de tan solo cinco años pueda sentir tanta aversión a un día tan especial? Mi madre y el doctor encontraron la respuesta.
Cada viernes mis padres me llevaban saliendo de la escuela a la clínica para "niños especiales", sabía perfectamente que no se llamaba así, pero todo el mundo pensaba que al referirse a ese lugar de esa manera me sería más fácil digerir toda la situación, nunca lo hizo.
La noticia de que necesitaban aplicarme más pruebas para saber cuál era el origen de mis particulares sueños afectó a mi madre a un nivel que se le hizo prácticamente imposible disimularlo, en cambio mi padre se había comportado como la persona mas practica del mundo, de no haber sido por él probablemente el golpe habría sido más duro para mí.
Las citas ya no tenían lugar en el consultorio del doctor, sino en un enorme edificio de paredes blancas, el exterior estaba tapizado con ventanas cuyos cristales no permitían ver hacia el interior, ahí estaba nuevamente ese enorme contraste de la pureza del color con la inquietante sensación que producía el recinto, todos me decían que era por mi bien ¿Entonces por qué cada vez que me acercaba a ese lugar sentía como mi cuerpo y mi mente me alertaban sobre el peligro inminente?
Nunca pude verlo bien por dentro, a pesar de ser tan gigantesco a mí siempre me confinaban a una diminuta habitación de paredes grises, en donde se hallaban únicamente una mesa y dos sillas, en una de ellas se colocaba el doctor y en la otra yo. A mi madre no se le permitía ingresar, ni siquiera tenía la opción de presenciar la sesión desde una habitación contigua, en el pequeño cuarto las paredes eran la única decoración, como estar encerrada en una caja, se convertía en mi celda durante seis horas a la semana.
Al principio fue siempre lo mismo, sentarme frente al hombre de la bata blanca y responder sus preguntas, cada una de ellas relacionadas a aspectos de los sueños que experimentaba, no solo de manera general, sino detalles muy específicos. Era demasiado agotador, a pesar de que nunca llegó a tratarme mal la insistencia con la que me interrogaba me agobiaba al punto de cerrarme por completo e interrumpir el procedimiento, en esos casos mi madre tenía que entrar para tranquilizarme, solo así podíamos continuar, en esa clínica no existía el término "posponer", así se extendiera mi estadía ahí, no podía irme sin concluir la prueba en su totalidad.
Las semanas fueron pasando, y a ellas los meses, con el tiempo el brillo de mi ser se fue apagando, comencé a retraerme en mi mundo, jugaba con menos frecuencia, en la escuela me alejaba del resto de mis compañeros, desde luego la maestra estaba al tanto de mi tratamiento, por lo que no podía hacer nada al respecto. Mis padres pensaban que era lo mejor para mí, así que puede decirse que esa fue la primera etapa de mi vida en la que me encontraba absolutamente sola, sin nadie a quien recurrir, y sin una salida aparente.
En un inicio traté de cambiar las respuestas que le daba al doctor, cambiaba aspectos importantes o simplemente inventaba un sueño totalmente diferente, esperando que así creyera que estaba mejorando y decidiera poner fin a mi suplicio, lo que no contaba es que con cada nueva pregunta que me realizaba la imaginación se me iba terminando para los detalles, provocando que al final terminara cayendo en su trampa, por lo que no me quedaba otra opción que decir la verdad y continuar con el sueño de verdad.
¿Notaba alguna mejoría? En lo absoluto, en realidad ni siquiera sabía que era lo que intentaba lograr con todo eso, solo lo veía anotar interminables líneas en su libreta, y cuando finalmente llegaba la hora de volver a casa este se limitaba a recoger sus pertenencias, intercambiaba unas cuantas palabras con mi madre y desaparecía por los pasillos del enorme complejo.
ESTÁS LEYENDO
Elizabeth I: El chico en la ciudad
FantasiaLa noche que Elizabeth se fue a dormir jamás imaginó que terminaría adentrándose en la enigmática Garadot, una ciudad donde el sueño se convierte en realidad, y los peligros pondrán a prueba su vida. Ahora en su búsqueda por volver a su mundo Elizab...