Capitulo VI. La mujer demonio

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La lúgubre melodía resuena en el valle desértico, llenando el vacío ocasionado por los eventos recientes. Notas musicales emergen acompañadas de un ritmo trágico y plácido, la marcha fúnebre más delicada y serena que haya podido escuchar en toda mi vida. Sin embargo, cada intervalo de tiempo la armonía se quiebra con el inconfundible sonido metálico, los engranajes oxidados en pleno funcionamiento, igual que una caja musical estropeada.

Aunque ese es el menor de mis problemas, sigo estando a merced de esta nueva aparición, es diferente a todo cuanto me he enfrentado hasta ahora, lo percibo en la energía que despide. A pesar de estar a una distancia bastante considerable su presencia provoca que la atmósfera se sienta cargada, parecido a estar dentro de una caja de electricidad. Y también está su apariencia, es distinta al ejército de revividos, aún conserva su humanidad, puedo verla en aquella expresión de profundo odio con la que me ve.

En un principio no entiendo que busca al extender su brazo hacia a mí, hasta que consigo percatarme de una desconcertante situación, la brisa ya no está, las corrientes de viento han abandonado el lugar, lo sé porque de lo contrario se habrían llevado consigo las partículas de polvo que aún quedan en el ambiente. Pero la realidad es que los granos de arena en torno a mí no se han disipado porque no pueden, permanecen estáticos en medio de la nada, en un plano donde el aire se solidifica atrapando todo lo que entra en contacto con él.

De repente percibo a mi alrededor comprimiéndose, es como estar dentro de una bóveda invisible, volteo en toda dirección corroborando que no es mi imaginación, el sudor frío recorre mi espalda, empiezo a hiperventilar, el aire se agota, puedo sentirlo con cada exhalación que hace mi cuerpo. ¿Qué... que está pasando? Mis ojos se detienen en la mujer parada frente a mí, siendo más especifica en su mano apuntándome, tiene la palma hacia arriba, y los dedos se están cerrando poco a poco a la espera de formar un puño por completo. ¡Me está aprisionando dentro de estos muros transparentes!

La desesperación se apodera de mí, intento avanzar hacia mi verdugo, pero inmediatamente mis piernas desfallecen, todo el efecto de las heridas que he recibido por fin se hace presente como un remolino de dolor, mi mente no puede concentrarse, no hay mas planes, solo queda el aquí y el ahora. Por eso mismo en medio de un ataque fugaz de rabia solo alcanzo a preguntar

- ¡¿Q...quién eres?! - no recibo respuesta, así que prosigo - ¡Te estoy hablando! ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué es lo que quieres de m... - la mortecina figura cierra el puño, inmediatamente siento mi cuerpo quedando inmovilizado por completo, como si estuviera atado de pies a cabeza con una apretada soga. Sus ojos me observan en medio de un semblante inexpresivo, mientras flexiona el brazo hacia atrás.

Mi cerebro se desconecta en el preciso instante en el que mi cuerpo se despega del suelo quedando suspendida a escasos centímetros de este, segundos después soy arrastrada con una descomunal fuerza invisible hacia mi captora, atravesando a toda velocidad el espacio que nos separa la una de la otra.

Una vez que me tiene a tan solo un par de metros vuelve a relajar la mano, liberándome de las ataduras, mis rodillas caen pesadamente sobre la arena, mi conmocionada mirada sigue fija en la de ella. Por un pequeño instante nace en mí la remota posibilidad de intentar arremeter contra aquel fenómeno, pero el sentimiento de enclaustramiento aún prevalece en el ambiente, parecido a cargar una montaña sobre los hombros.

Sin darme cuenta he comenzado a apretar los dientes, mis puños se cierran con tanta fuerza que las palmas de las manos son las primeras en resentir la presión de las uñas. Desistiendo por completo a la idea de rendirme, y con la cólera emanando de cada palabra que sale de mi boca vuelvo a preguntar

- ¡¿Qué es lo que quieres de mí?! - esta vez la respuesta no se hace esperar

-Has profanado esta tierra con tu sangre - la voz que emerge de aquel ser es sobrehumana, como si dos personas estuvieran hablando al mismo tiempo, por un lado, puede escucharse la suave melodía de una mujer, y por el otro los rugidos guturales de un demonio salido del infierno. - Y debes pagar por ello

Elizabeth I: El chico en la ciudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora