Capitulo V. La chispa

147 10 0
                                    

Estallidos sobre mi cabeza, una lluvia de polvo y escombros cayendo de todas partes, todo a mi alrededor se sacude fuertemente, el derrumbe no se ha detenido. Tengo la vista nublada, como una cámara desenfocada, y aun así sé que no hay mucho que apreciar, unos débiles rayos de luz se filtran desde algún punto desconocido, mientras yo sigo sumida en la oscuridad.

Mi cuerpo no responde, si alguien me dijera que tengo todos los huesos rotos no tendría manera de contradecirlo. No sé desde que altura he caído, ni contra qué impacté, solo puedo asegurar que esta fue la culminación de todo el daño recibido hasta ahora, así he de perecer, enterrada en un gigantesco ataúd de metal.

Pero no quiero terminar así, no lo merezco, o al menos creo no merecerlo, ¿Qué tan mala persona tiene que ser alguien para recibir tal castigo? Lo he intentado, toda mi vida he intentado ser buena, poder dar lo mejor de mí, ver al mundo a los ojos y decirle: Mírenme, lo conseguí. ¿Y al final de que me sirvió? No soy diferente a ellos, todos tendremos el mismo destino, todos vamos a morir.

No quiero morir, tengo mucho miedo, miedo a desaparecer y no volver, a irme sin haber vivido lo suficiente, oh Dios, no quiero morir.

Si tan solo quedaran lágrimas en mis ojos lloraría desconsoladamente, si tan solo quedara voz dentro de mi garganta gritaría con todas mis fuerzas. Nada de eso importa, solo deseo ver a las personas que amo, a mis amigos, mi madre... a mi padre.

Puedo sentir en medio de la sequedad de mi rostro la cálida humedad de las ultimas lagrimas que todavía tengo para dar, y se las quiero dedicar a él, no solo por no haber podido verlo una última vez, sino porque le he fallado, mi padre confiaba en mí y así es como le pago, hundiéndome hasta las profundidades, el punto sin retorno.

Mis labios se mueven con dificultad, tratar de abrirlos es equivalente a desgarrar la piel de un tirón; mi boca está marchita, solo pensar en articular una sola palabra resulta un esfuerzo sobrehumano, y, aun así, con la poca energía que me queda consigo decirlo.

"P...papá..."

- ¿Me trajiste algo? – escucho mi voz, aunque no proviene de mí, parece una vieja grabación, la reverberación la hace sonar lejana, como si estuviera dentro de una caverna. Alguien más, con las mismas características, hace acto de presencia soltando una sonora carcajada para inmediatamente decir

-Claro que sí, pero debes esperar a que terminemos para verlo. – ese fue mi padre, lo reconocería en cualquier parte, esa jovialidad inquebrantable que tanto lo caracteriza. No puedo verte ¡¿En dónde estás?!

Es en aquel momento que la imagen se va materializando frente a mí, el inicio de una proyección cinematográfica, para cuando la estática se ha detenido los actores ya están puestos en escena. Estamos los tres sentados a la mesa, nos encontramos desayunando tranquilamente, reconozco perfectamente este momento, fue el último día que mi padre estuvo con nosotras antes de regresar a la costa, no lo he vuelto a ver desde ese entonces.

- ¿Es sorpresa?

-Algo así – dice mientras comienza a devorar lo que tiene en su plato – Solo sé que tengo que dártelo antes de que me vuelva a ir – la expresión de mi rostro se descompone por completo.

- ¿Tienes que irte?

-Sí, la investigación que estamos realizando aún no concluye, ya queríamos ver a nuestras familias, por lo que decidimos darnos un respiro para volver. – no solo mi humor cambia con lo que acaba de decir, también a mi madre se le puede ver inconforme con aquella decisión. Nadie dice nada al respecto, sin importar nuestras insistencias él no iba a ceder, no tratándose de su trabajo. Una vez que hemos terminado de desayunar, y haciendo uso de sus dones teatrales, me invita a la sala de estar para poder darme el regalo que me trajo.

Elizabeth I: El chico en la ciudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora