Los sábados se convirtieron en el día de reuniones en nuestra cafetería de siempre. Al llegar mi café, rápidamente mis manos se colocaron a ambos lados de la taza para recoger todo el calor que me era posible.
Dani no había llegado todavía y, aunque no lo admitiera, me estaba empezando a mover inquieta en mi sitio. Hoy no me había respondido a los mensajes y eso en él era raro no, rarísimo.
—¿No te ha hablado Dani para decirte que llegaría más tarde?—preguntó Noel extrañado.
En todo caso si alguien tenía que saber alguna información al respecto era él, su mejor amigo.
—No, es más, no me ha dicho nada en el día de hoy. ¿Le ocurre algo?—le pregunté en contrapartida pero dirigiendo mi mirada a todos los allí presentes.
—Solo hace esto en situaciones extremas—susurro Noel más para si mimo que para los demás.
Yo lo escuché, mis oídos fueron testigos de esas palabras que no querían salir al exterior y, por desgracia, me preocupé. ¿A qué situaciones extremas se refería?
—¿Qué quieres decir?—susurré.
—¡Aquí estás!—exclamó Sara— Mira que hemos dicho...
Noté como se quedó completamente en silencio para a continuación chillar eufórica y ponerse de pie vivazmente.
—¡NO ME LO PUEDO CREER!
Mi cara debía de ser de pura confusión, pero al llevar mi vista hacía donde ella se dirigía lo comprendí todo. Leire acababa de entrar en aquel establecimiento detrás de Dani y seguida de Alejandro; los brazos de Sara rodearon felizmente a Leire y ambas reían acaparando la atención de todos los presentes.
Dani apareció a nuestro lado con una sonrisa cerrada, corta y seca. Cogió una silla libre de la mesa de la izquierda y la situó a mi lado, pero sus ojos no contactaron con los míos en ningún momento.
Tragué nerviosamente al observar como los dos se acercaban a la mesa, Cristian rápidamente se puso de pie sonriente para abrazarlos y saludarlos y yo me quedé inmóvil.
Las piernas no me respondían, tenía que ponerme de pie para saludarlos y, al poder ser, con la mayor sonrisa posible pero mi cuerpo no entendía las señales que mi cerebro estaba ordenándole. Después de un minuto y, cuando sus ojos se posaron en mi, me levanté.
Mis manos comenzaron a sudar y realmente no sabía si estaba sonriendo en ese momento o poniendo una mueca de inquietud. Los ojos de Alejandro me recorrieron y todos los recuerdos con él vinieron veloces como una tormenta de verano, sin previo aviso y sin darte tiempo a reaccionar.
—No sabes las ganas que tenía de verte—dijo sonriente.
Sus brazos me rodearon apenas unos segundos, pero fueron suficientes para que mi corazón latiera con demasiada fuerza.
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Corazones cruzados
RomanceDani y Clara son dos personas con un corazón roto ¿Qué tienen en común? Los mejores amigos de ambos son los que han contribuido a romper sin querer esa imagen que tenían del amor ideal, aunque gracias a ellos se conocen hoy en día. Él prometió esta...