Capítulo 4

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Mackenzie Mauzy como Marina

El sábado por la mañana, abrí los ojos al amanecer. No me importaba, siempre había sido una persona diurna. Siempre lo había sido. Normalmente, me levantaba una hora antes que mis padres y así tenía tiempo de disfrutar un poco de soledad.

Me puse una camiseta y unos vaqueros, y desayuné en la terraza para disfrutar de las primeras y frescas horas del día. El final de octubre se había llevado las mañanas claras y resplandecientes y traía consigo la niebla que venía del oceáno y se posaba sobre la ciudad hasta el mediodía.

Al terminar de desayunar cogí una manzana de camino a la puerta y me despedí de mi madre. Ya casi había llegado a casa de Andrés cuando vi a Clara corriendo en dirección contraria. La saludé con una sonrisa.

-¡Hola! -dijo la chica sonriendo. Los rizos le enmarcaban la cara.

-Hola -respondí con una sonrisa-. No sabías que corrías.

-Hago running. Normalmente, entreno con el equipo, pero los fines de semana cada uno va por libre. ¿Dónde vas?

-A casa de Andrés. Vamos a estudiar.

Clara se rió.

-Bueno, bienvenida al club de fans de Andrés Guzmán. Soy la secretaria general, pero te puedo dejar ser la tesorera.

-De eso nada -protesté-. Tengo un examen de Física y Química mañana y si nadie me ayuda va a ser un desastre.

-Vive en esa esquina. Te acompaño.

Al doblar la esquina vi a Andrés descamisado, cortando el césped en vaqueros y zapatillas deportivas. Tanto su pecho como sus brazos eran delgados y musculosos. Tenía la piel tostada y cubierta de una fina capa de sudor. Se desplazaba con elegancia bajo el sol de la mañana. Había visto a muchos chicos en bañador, pero aquello era distinto. Vi cómo los músculos de sus brazos se tensaban al pasar el cortacésped por una zona de hierba especialmente compacta. Sentí cómo las piernas me flaqueaban. Clara me dio un codazo.

-Victoria, estás babeando.

-Yo no estoy babeando.

Andrés se volvió mientras se ponía la camiseta.

-Hola chicas, ¿os habéis levantado temprano?

-¿Temprano? -musité algo avergonzada-. Bueno, sólo son las nueve.

-Bueno -respondió Clara-. Tengo que irme pitando. Literalmente.

La seguí con la mirada hasta que Andrés me puso una mano en el hombro.

-¿Vienes? La formulación no espera a nadie.

***

El lunes, después del examen de Química, Andrés me preguntó que tal me había ido.

-Nada mal, pero sólo gracias a tu ayuda -habíamos estudiado tres horas juntos el sábado por la mañana y hablado por teléfono una hora el domingo por la noche. La conversación no había tenido nada que ver con el examen, pero si que había aprendido algo sobre las reacciones químicas. Bueno, química por teléfono.

Andrés dudó unos segundos antes de responder.

-Podríamos convertirlo en una costumbre. Me refiero a lo de estudiar juntos.

-Desde luego -contesté, encantada ante la idea de más sesiones de "estudio" con Andrés-. Y la próxima vez puedes venir tú a mi casa.

-Genial.

Andrés era especial. No sabía como explicarlo, pero hacía que me olvidase de todos mis problemas. Con él, el tiempo pasaba volando.

No se trataba de esa palabra de cuatro letras.

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