Capítulo 32

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Clara había bajado la escalera saltando los escalones de dos en dos. Se sentía llena de energía y optimismo, como no había vuelto a sentirse desde la muerte de Alma. Llegó al portal y salió a la calle casi corriendo.

Unas fuertes manos la agarraron violentamente por un codo. Al otro lado, otras manos hicieron lo mismo.

Sus atacantes la arrastraron hacia atrás, levantándola del suelo.

-¿Rodrigo? ¿Juan? -aventuró, con la voz temblando por el miedo.

-Ven -le ordenó la voz de su novio. 

La llevaron a la fuerza por las calles desiertas, hasta llegar a una nave industrial abandonada, al lado del mar, con una puerta de metal como único punto de entrada, cerrada con un candado.

El candado estaba forzado.

La empujaron al interior y cerraron la puerta.

El lugar tenía toda la pinta de ser un viejo almacén, con las ventanas llenas de mugre, pegotes de hormigón en el suelo, y al fondo de la estancia, un sumidero. En un rincón, había un colchón viejo tapado con mantas, varias lámparas de pie conectadas a un generador de emergencia.

Rodrigo la empujó para tirarla sobre el colchón. Ella cayó, y los dos chicos se quedaron en silencio, observando en silencio su miedo y su derrota, con una sonrisa burlona en los labios. Del cuello de Rodrigo colgaban los auriculares de un reproductor MP5. Juan sacó el móvil e hizo una foto.

-Falta luz -comentó, y aquellas fueron las dos primeras palabras que oyó.

Rodrigo fue hacia un lado y encendió una segunda lámpara de pie. Juan hizo otra foto.

-Guay -aprobó.

Clara intentó levantarse. Rodrigo dio un rápido paso al frente y una bofetada fulminante la hizo caer redonda sobre el colchón.

Nueva foto.

-Y ahora vamos a hablar de eso de dejarme tirado para liarte con Álex.

-Pero... -protestó ella.

La mano de Rodrigo la agarró por el cuello de la camisa. Un tirón, y la  prenda se desgarró de arriba abajo. En ese momento, Clara oyó el repiqueteo de unos tacones en el cemento. Cuando la desconocida quedó expuesta a la escasa luz de las lámparas, vio que se trataba de Ana. 

-¡Por favor, ayúdame! -chilló Clara desesperada

Ana corrió hacia ella, pero en vez de ayudarla a levantarse se quedó mirándola con una sonrisa cínica pintada en los labios, mientras negaba con la cabeza.

-Lo siento, cielo. No sé que te ha contado Victoria, pero no puedo arriesgarme. Más con lo que te debió de contar Alma. No pienso pasar ni un sólo día en la cárcel por culpa de esas zorras. Si tengo que deshacerme de cuatro muertos, pues adelante, cuatro muertos.

Clara sintió un escalofrío bajándole por la nuca. ¿A qué demonios se refería? Luego recordó lo que le había dicho su amiga pocos días antes de su muerte. Que aparte de cortar con Juan, estaba a punto de descubrir quién había matado a su hermano. Luego le vino a la cabeza un mito que había escuchado, el de una jefa del crimen que podía controlar a la gente metiéndose en sus sueños. Bruscamente lo comprendió todo.

Entendió por qué Alma había atravesado la calle corriendo, sin mirar, aquel día. Entendió de qué estaba huyendo. Había querido cortar con Juan. Y había estado a punto de descubrir la verdad. La habían citado allá, la habían arrastrado hasta allá. 

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