No hay nada más horrible en este maldito mundo que querer ser el centro de atención de alguien y nunca lograrlo, no hay nada peor que ser ignorado, no hay nada peor que amar y no ser correspondido.
Tenía catorce años cuando conocí a la mejor amiga de mi hermano, ella tan sólo tenía diez, pero era hermosa, siempre con sus peinados infantiles y sus juegos tontos, era preciosa. Mientras ella y mi hermano jugaban en el jardín, yo me sentaba dónde no pudieran verme para escucharla reír, porque amaba el sonido de su risa, el sólo sonido de ésta me hacía sonreír a mí, me daba mucha paz, tranquilidad. No importaba que tan mal hubiera estado mi día, yo me sentaba detrás de los arbustos, la escuchaba reír y me olvidaba de todo.
Llegó un momento en dónde me cansé de esconderme y decidí empezar a acercarme a ella, pero ella simplemente no tenía ojos para nadie más que no fuera mi hermano, a duras penas y hablaba conmigo. Cuando ella llegó a la adolescencia, me gustaba mucho más, pero igual que siempre ella no me prestaba la atención que yo quería tener de ella, en cambio todas sus amigas babeaban por mí, para ella yo sólo era el hermano de su amado Lion.
Siempre la veía de lejos, veía cómo mi hermano era quién la hacía reír y me molestaba mucho, esas risas debían ser por mí, no por él y por suerte, después de tantos años, llegó el momento en que lo logré. Fue durante su primer año de universidad, yo ya estaba a nada de terminar. Durante un almuerzo ella estaba sola, mi hermano debía tomar una clase, yo me acerqué a ella, empecé una plática, saqué varios chistes de ésta y rió, al fin yo había sido el causante de su risa.
Pero a pesar de mi gran logro, lo único que conseguí fue ser su amigo, nada más, ni siquiera mejor amigo. Aunque no habría cambiado en nada.
Yo podía tener a cualquier chica que quisiera, tenía la labia necesaria para conquistarlas, pero no a ella, no porque su corazón le pertenecía a alguien más y aunque intenté cambiar eso, fallé en el intento.