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—Clint, ya hablando en serio, te ves muy mal amigo —estaba sentado en la alfombra, escondido en el rincón de la sala de mi departamento. Frank me veía preocupado, decepcionado y quizás aterrado—. Esta chica en serio te tiene muy mal.

—Dos semanas, dos malditas semanas y no me responde.

—Quizás no escuchó el correo de voz que dejaste, quizás se borró, ¿por qué no intentas enviarle un mensaje? Te recuerdo que existe WhatsApp.

—Que gran idea. Fíjate que no lo había pensado, es más lo haré ahora mismo, ¡ah, cierto! Mi puto celular se perdió. Se esfumó. Lo he buscado por cada puto rincón del puto departamento y no aparece.

Empecé a llorar. Estoy tomando pastillas para la depresión, pero no están funcionando, cada día me vuelvo más loco, cada día me destruyo más. Ya no está quedando nada del Clint seguro de sí mismo, alegre y bromista que era. No tener a Lisa me está destruyendo, me siento tan solo, la extraño tanto.

—¿Por qué no vas a New York y la buscas? —me preguntó Frank y negué.

—¿Qué tal si ya está con alguien más y por eso no responde?

—¿Qué tal si sólo está ocupada trabajando?

—¿Qué tal si ya ni se acuerda quién soy?

—¿Qué tal si dejas de suponer cosas, tomás un baño, te arreglas esa barba de indigente —tengo la barba muy larga, hasta me asusto cuando veo mi reflejo, no estoy acostumbrado a tonto pelo en mi cara—, consigues la dirección de las nuevas oficinas, compras un boleto y te vas a New York a buscarla?

—Pero...

—Nada de peros, bañate que apestas —frunció su nariz.

—Sólo no me he bañado en tres días, no huelo tan mal.

—Mi nariz no piensa lo mismo —me puse pie y caminé hacia mi habitación.

Creo que es una estupidez seguir el consejo de Frank, pero es mi terapeuta y quizás deba hacerle caso, sólo espero no arrepentirme.

Aquí Estoy [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora