Llegué al piso en dónde está mi consultorio, mi secretaria estaba en su escritorio, la saludé y le pedí que por favor me llavara un café, entré a mi consultorio, me senté frente al escritorio y recosté mi cabeza en la mesa y empecé a quedarme dormido.
—Tus papás han estado llamando —levanté la cabeza y vi a Jenni, mi secretaria—, dicen que no respondes sus llamadas.
—No sé dónde está mi celular —me pasé una mano por la cara—. Voy a llamarlos ahora —puso la taza de café sobre mi escritorio.
—¿No crees que sería buena idea cancelar tus citas? —preguntó Jenni.
—No, no creo que sea buena idea, necesito distraerme y que mejor que escuchar los problemas de alguien más.
—Tu forma de distraerte es muy rara —reí—. Si necesitas algo me llamas.
—Está bien, gracias —tomé el teléfono y marqué a la casa de mi mamá.
Luego de escuchar un sermón acerca de haber abandono la boda de mi hermano, de no contestar sus llamadas y por haber tomado cómo lo hice, se quedó tranquila porque estuviera bien.
El día estuvo tranquilo, sólo tuve dos pacientes y no estuvo tan mal, en serio, creo que mis pacientes están más cuerdos que yo, creo que yo debería buscar a un psicólogo. En serio, es una buena idea. Me levanté de mi silla y salí de la oficina.
—Sí alguien me busca, dile que estoy en terapia —frunció el ceño—. Iré a ver a Frank.
—¿Quién te tiene tan mal? —preguntó asuatada.
—Prefiero no hablar de eso, no quiero ponerme a llorar.
—¿Tan mal estás? —sonreí.
—Sí estoy mal, pero también exagero. Nos vemos después —asintió.
Subí al ascensor y subí un piso más, él ascensor se abrió y di zancadas al consultorio de Frank, su secretaria me dijo que estaba vacío y entré. Estaba sentado en su escritorio y al verme sonrió.
—¿Qué trauma te trae por acá querido amigo? —rodeé los ojos—. Siéntate —me recosté en su sillón—. Ok, háblame amigo. Hazlo ya, porque te veo muy mal.
—Bien, al mal paso darle prisa.