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Eran las diez de la noche, quizás más o quizás menos, no lo sé, no estoy seguro, pero de lo que sí estoy seguro, es que he tomado más de la cuenta. Luego de escuchar ese mensaje de: me enamoré de alguien más, lo único que quería era tomar y olvidar eso, pero los planes no resultaron como yo esperaba, con cada trago sólo pensaba más en ella y en esa cofesión.

Como no podía dejar de pensar en ella y lo único que quería y necesitaba era verla y preguntarle por qué nunca me vio a mí, fui a buscarla a su departamento, ¿cómo supe dónde estaba? Ella me la envió por mensaje.

Me paré frente a su puerta y toqué un par de veces, pero no habría, volví a hacerlo, pero pasó lo mismo de antes. Ya cansado me senté en el piso y recosté mi espalda a su puerta.

—Lisa —cerré los ojos—, ¿por qué, eh? ¿por qué nunca me viste a mí? No soy invisible, aquí estoy, siempre estuve y sé que aunque duela, siempre estaré —las lágrimas ya estaban corriendo en cascadas por mis mejillas—, yo no podría dejarte.

Abrí los ojos del susto que me dio caer de espalda sobre el piso, habían abierto la puerta, no, Lisa abrió la puerta.

—¿Qué te ha hecho mi puerta para que le cuentes tus traumas? —sonrió y yo también lo hice—. Aquí estás —se agachó a mí lado y acarició mi mejilla.

—Aquí estoy —me senté y ella me abrazó—. Lisa, yo... —se me formó un nudo en la garganta que me impidió hablar, pero era imposible que no pasara si estaba entre sus brazos.

—Ya lo sé Clint, me tardé mucho, pero logré darme cuenta —me apretó más fuerte—. Perdón por no haberlo querido ver antes.

—Yo te amo —dije viéndola a los ojos—. Bien, ya lo dije —respiré hondo—. Ahora cuéntame de quién te enamoraste.

Aquí Estoy [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora