XIV

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Cuando todo se torno un circulo forajido entre las penumbras, para Izuku, su mente se ofusco a través de la profunda oscuridad ingrata, siendo una tan asfixiante, tan herrumbrosa y lúgubre que a penas tuvo coraje para mirar a sus costados, cerraba los ojos respirando pesadamente, sintiendo como una maquinaria enmohecida se hería incluso al respirar la nada densa, pero, no se distinguía la brevedad de un parpadeo tan siquiera dentro de dicha negrura absurda, inquietantemente profería ser lo mismo que al abrirlos, la oscuridad era absoluta e incluso por un segundo sintió la ausencia de un suelo bajo sus pies, una desagradable tácita disculpa de sus erróneos pensares le hizo ver un refulgir extraño bajo sus suelas. Como si al instante de creer que no existía piso alguno bajo suyo, este en ofensa guiñara a su atisbo impacto para hacerle percatarse de su error.

Sentía que caminaba sobre obsidiana, sobre un alquitrán quejumbroso a su mudez inusual que se mofa de su desolación, de su insospechada confusión.

Izuku entonces escucha un llanto. Un llanto tierno e inexperto, bajito y tímido, ni siquiera es un llanto estridente, dichos gimoteos parecen más bien exiguos sollozos, pero no de un puro desespero; es un sonido que parece guiar la luz, como las sabanas lechosas de los hospitales, lo siente suave como las harinas de trigo resbalar de entre sus dedos, es como el agua helada tras el curtir melindroso del sol sobre el campo de ásperos algodones, Como los focos que se prenden en parpadeos indecisos hasta permanecer fulgor con obstinación al manto de un aposento completo. Como el aroma del mar en una costa desolada y reflejos con respeto tras su cristal retina.

Como una melancolía ambigua.

Porque es el llanto de un bebé lo que percibe, un llanto azaroso que exigía su atención en tenues suplicas.

Volteo a donde el sonido parecía culminar, y de ese crudo fondo oscuro, surgió una diminuta luz ámbar, como la estrellas lejanas al perfil de un acantilado, hasta que se volvió más grande, como si absorbiera la penumbra hasta manchar su pulcritud con los tonos vivos y danzas naranjas de una imperiosa fogata, el llanto leve parecía volverse como una acaricia a sus oídos, un fondo que juega con el crepitar de la luz, en una auténtica hoguera prolongar su protestad insano, es tal cual el ronroneo de una lavadora que trabaja pero el estupor de su labor es tan solo el sonido que perturba la afonía inquieta, el sonido chirriante del aceite freír papas, o el desliz de un televisor con escaso volumen. Así es el llanto leve, un que se serena más hasta ser los balbuceos adorables de un bebé que aprende a formular palabras, a través de un eco que de repente se calla.

Sus músculos le duelen, siente que su fuerza ha sido arrebatada por el ladrón más purulento, y en reemplazo, una enfermedad y ponzoña corriendo por su sangre que le impide siquiera parpadear sin sentir dolor alguno.

Sin embargo, su voluntad es más fuerte, y logra levantarse, siente que se tambalea, que está muy cerca del colapso pero esmera sus piernas a no rendirse, a dar un paso, a cuidar aunque fuese su poco equilibrio.

—Es un niño, Izuku.

Las voces provienen de la fogata, le duele la cabeza al instante que escucha la voz de su madre conmocionada, alegre, pero tan fugaz como la sensación de una brisa que acaricia su pecho con sonrisas usuales.

—¿D-donde estoy? —pregunta a la nada, sintiendo un peso que poco a poco se acerca a su regazo, por reflejo acomoda sus brazos para sentirlo mejor y seguro, siente un peso envuelto en mantas, y también ve la sabana amarilla que envuelve a quien carga entre brazos con cuidado.

Pero incluso antes de poder recorrer tantito la sabana para observar, descubrir la identidad de quién carga, este se desvanece, se desvanece como si hubiera sido humo invocado por inciensos de jazmín y chocolate, es un soplido tras su oreja y se disipa sin que sea capaz de hacer algo.

Far away - KatsuDekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora