Capítulo I.- Un pueblo sin nombre.

466 35 41
                                    

Érase una vez, en un pueblo olvidado del país de Redova, una piadosa pareja de ancianos con una niña pequeña llamada Coraline. La niña había vivido con los ancianos desde unos pocos días de su nacimiento.

Ella no había ido nunca a una escuela formal y estaba por cumplir los diez años; sin embargo, en un tiempo anterior la abuela Rose y el abuelo Sam (como los llamaba Coraline) habían sido profesores de una universidad en Flowerland, la capital, y le enseñaron a leer, escribir y matemáticas. La instruyeron en ciencias y en todo lo que sabían. Se entregaron en cuerpo y alma a vigilar el bienestar y la educación de la pequeña Coraline todos los días de su vida.

La pareja no había vivido en aquel pueblo toda su vida, sino que se mudaron allí tras el trágico evento de la muerte de su único hijo. Habían perdido toda esperanza y ganas de vivir.

Tiempo después del duelo, ellos decidieron mudarse a aquel pueblo apartado (cuyo nombre no es importante) y comenzaron una nueva vida. Así pues, Sam se convirtió en leñador y Rose en costurera.

Pasaron los años y no habían vuelto a tener otro hijo. La piadosa pareja estaba envejeciendo y creían que Dios se había olvidado de ellos.

Un día, mientras el abuelo Sam iba al bosque a escoger buenos árboles para talar, escuchó unos cascos que venían corriendo a toda velocidad. Por un momento pensó que sería un caballo salvaje que andaba libre, pero después temió que podría ser uno de los bandidos que tanto había oído hablar; aquellos que se dedicaban a atacar a las personas que se hallaban solas en los bosques y matarlos por unas cuántas monedas de oro.

El abuelo Sam, que no era un cobarde ni mucho menos, se escondió tras un árbol y con el hacha lista para atacar en cuanto el caballo y su jinete pasaran junto a él. Cada vez oía los cascos más cerca, pero también oyó un sonido que lo sobresaltó: no era la voz de un hombre dirigiendo un caballo, sino el llanto de una criatura que sin duda se hallaba asustada por el galope sin parar del corcel. Entonces, sin pensarlo, salió de su escondite y decidió parar al caballo, a costa de lo que fuera. Logró alcanzarlo y en el mismo acto lo montó.

—¡Oh, oh, corcel, tranquilo!— le hablaba el abuelo Sam al caballo, que sabía cómo calmarlo pues en sus años jóvenes había practicado equitación y había sido un espléndido jinete.

Conforme le iba hablando, el caballo disminuía su velocidad, primero con fuerte galope, luego trotando, hasta llegar a caminar con paso suave y tranquilo. Sin embargo, el llanto del pequeño ser aún no disminuía. Se encontraba en una especie de canasta colgada a los bordes, y de milagro, no se habían roto las cuerdas ni caído ni una sola vez. También había víveres y armas; una ballesta, arco y flechas para ser precisos.

—Sin duda pertenecían a un soldado, o quizá a un bandido... Pero, ¿por qué una bebé? Si un soldado, pudo haberla rescatado, si un bandido, seguro le habría hecho algo horrible. Menos mal que la encontré yo. — se dijo Sam, al mismo tiempo que bajaba.

No obstante, descolgó a la criatura y desensilló al caballo.

—Ahora te encuentras mejor, ¿no amigo? — le decía mientras palmeaba suavemente el cuello y los crines del caballo. Tomó al pequeñito en brazos.

—¡Vaya, que tenemos aquí! ¡Una linda bebé! Sin duda has llorado mucho pequeñita, tranquila. El abuelo Sam está aquí.

Caminó apresuradamente a la chocita en el que se encontraba su esposa realizando las tareas cotidianas. Llevó también al caballo, a quien llamó Capitán, ya que era un caballo de mucha clase.

—¡Rose, Rose! — exclamó con gran energía al llegar a la puerta.

—¿Qué ocurre Sam? — le preguntó asustada la venerable anciana—Te ves muy ansioso.

—¿Ansioso? ¡Feliz sería la palabra correcta mujer! ¡Mira lo que traigo aquí!— volvió a gritar con la misma energía, sin importar que con ello despertaría a la bebé en brazos. La mujer salió de la cabaña.

—¿Un caballo? ¿Y de dónde has sacado dinero para un caballo, si se puede saber? ¿Y todas esas armas? Nosotros no somos violentos, Sam.

—Presta más atención, mujer, ¿qué más hay en el caballo además de armas?

—No tengo tiempo para jugar a las adivinanzas, tengo que terminar una costura —le dijo ella con impaciencia, pues ya se sentía atrasada en sus labores.

—Encontré a este pobre animal corriendo asustado. Y mira lo que estaba colgando de su silla— y le mostró la bebé en brazos.

La venerable anciana tenía el rostro marcado por la sorpresa.

—¡Dios mío Sam! ¿Por qué te la has robado?

—¿Qué? Yo no me la robé. Te estoy diciendo la verdad, este caballo corría solo por el bosque y traía a ésta bebé consigo.

—Sea como sea, no podemos quedarnos con ella, querido. Su familia debe estar buscándola.

—Pero, ¡Rose! No podemos dejarla abandonada, es una niña indefensa.

—Lo sé querido, pero podrían encarcelarnos si se enteran de que tenemos a una bebé y a un caballo que no son de nuestra propiedad.

Sam se limitó a mirar a la pequeña dormir, reflexionó un momento y respondió:

—Nadie tiene por qué enterarse.

— ¿De qué estás hablando?

—Nadie tiene que saber que esta niña no es nuestra. Diremos que es una pariente.

—Pero, ¿es que te has vuelto loco? Si la policía se entera de esto podrían investigar, y todo tu brillante plan se vendría abajo. Además de quedar presos por el resto de nuestras vidas, que quizá ya no sea mucho tiempo. — respondió algo nostálgica.

Sam dejó a la niña sobre la cama y tomó a su mujer de los hombros.

—Rose— le dijo con voz solemne— Hemos pedido durante años a Dios por un hijo. Tal vez no es lo que esperábamos, pero nos ha puesto en el camino a esta hermosa criatura. Es la respuesta a nuestras plegarias. — en sus ojos había un brillo que no era de este mundo.

—¿Y no sé te ha ocurrido que tal vez la voluntad de Dios sea que devolvamos a esta niña sana y salva a su hogar? El sentido común ante todo, querido — respondió su práctica esposa.

—Querida, te lo suplico— la tomó de las manos— Quedémonos con ella. Sólo por unos días, te prometo que buscaremos a su familia. Pero mientras tanto, que quede a nuestro cuidado.

Después de tantos ruegos y súplicas por parte de su esposo, la señora Rose por fin accedió.

Durante días se dedicaron a viajar por los pueblitos cercanos a investigar con cautela. La señora Rose repartía sus trabajos en algunos de ellos y Sam vendía leña en otros cuántos. Preguntaban a su clientela si no había pasado nada últimamente, como quien pregunta la hora, a ver si podían sacar alguna información. No recibieron noticias. Al parecer nadie sabía nada acerca de una niña perdida atada a un caballo.

—Estoy cansado de investigar— dijo Sam— Creo que debemos dejar en paz este asunto.

—Insisto, debemos encontrar a su familia, Sam.

—¿No lo comprendes? Todos a los que les hemos preguntado coinciden en una cosa: Nadie sabe nada. Una noticia como esa no puede pasarse por alto.

—Sigo pensando que es mala idea.

—¿Y si no tiene a nadie más? Quizá su familia ha muerto, y es la única sobreviviente. Es la única explicación lógica que encuentro.

Rose guardó silencio.

—Además, siempre habíamos querido tener una hija. Podemos educarla como nuestra, ¿acaso no fuimos alguna vez catedráticos distinguidos de Flowerland?
La convertiremos en una niña brillante, quizá no tengamos mucho dinero, pero la educación vale más que todo el oro del mundo. Le transmitiremos todos nuestros conocimientos. Yo podría enseñarle a cabalgar, incluso a usar arco y flechas. Tú podrías enseñarle además de coser, todos los modales distinguidos que aprendiste en aquel colegio de prestigio que asististe de joven. Ambos podríamos hacer de esta niña un diamante, que estoy seguro que ya es. La convertiremos en una dama, y en una guerrera.

La historia de una princesa, que no sabía que lo era.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora