Capítulo XI.- Un nuevo inicio.

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Después de mucho caminar llegó al final de las escaleras y vio nuevamente un pasillo.

Estaba iluminado por linternas que emitían una luz alegre y sublime. Según las instrucciones de sus hermanos, ellas le indicarían la puerta donde se encontraba el Rey.

Iba caminando a paso lento. Parece que temiera encontrarse con la presencia de su Padre.

— ¿Por qué tengo tanto miedo? – Se decía ella – Ya me han dicho que mi Padre es bueno. Sin embargo, no puedo dejar de temblar, ¿qué se supone que le voy a decir? ¿Qué me perdone por no haber venido antes? ¿Preguntarle porque no me encontró antes? ¡Desearía no ir sola!

Caminó hasta toparse con una Gran Puerta dorada, que llegaba hasta el techo y también estaba severamente custodiada.

En cuanto la vieron, los soldados se cuadraron y abrieron las puertas.

Cuando Coraline entró, sólo pudo vislumbrar un trono magnífico, recubierto de oro y piedras preciosas, que iluminaba la oscura habitación. De ahí en fuera, toda la habitación estaba oscura.

Ella esperaba ver al Rey sentado en su trono, pero en su lugar, estaba un papel escrito y una corona. Sentía que tenía que hacer algo, así que, algo confundida, empezó a llamar.

—Ya he venido, Padre. He vuelto a casa. Tu pequeña hija ha regresado.

Durante un momento, nada sucedió, y por un instante la habitación se volvió cada vez más oscura. Ella siguió hablando.

—Sé que has estado buscándome. No he sido la mejor hija, sin embargo, enviaste a alguien para traerme de vuelta a casa. Estoy agradecida, Padre.

La habitación se hizo cada vez más oscura. Ella empezaba a tener miedo.

—Padre, ¿por qué no me respondes? Hice lo que pedías. Estoy aquí, ¿por qué no puedo verte?

Seguía el silencio.

— ¿Es que, he hecho algo malo, Padre? ¿Algo te ha molestado de mí? ¡Dime, mi Rey, contéstame algo! ¿O es que yo no debí venir? ¿No me quieres aquí, Papá? – y sin más, rompió en llanto.

De repente, se encendió una antorcha en una esquina de la habitación, pero aún la oscuridad era abrumadora.

—Papá – dijo ella con voz solemne – Sé que he pecado. He sido rebelde, ¿será que hallo aún misericordia delante de tus ojos?

Una antorcha en la otra esquina de la habitación se encendió.

—Sé lo que soy. Sé en lo que me he convertido. No puedo ser digna para estar en éste palacio. Soy la más pequeña de todos. No debo estar aquí. No, alguien más digna que yo debería ser tu hija. – y entre sollozos se postró sobre su rostro.

Conforme iba hablando, las antorchas se encendían e iluminaban la habitación. Seguía en su pesar, mientras sentía una mano cálida y suave sobre su cabeza.

Sabía quién era, pero no se atrevía a levantar la mirada.

—Querida hija. – dijo una voz sublime y majestuosa, que se situaba justo a un lado de ella.

El Rey había estado a su lado todo el tiempo. Le ayudó a incorporarse y la abrazó con todas sus fuerzas.

Coraline lloraba copiosamente. No soy capaz de describir el torbellino de emociones que sentía en ese momento. Era una mezcla de alegría mezclada con nostalgia. Llevaba un enorme peso sobre ella, pero al abrazar a su Padre todo éste se disipó.

De repente se encontró cara a cara con su Padre. En Sus ojos había algo que la hizo sentirse tan pequeña y tan frágil, pero al mismo tiempo, tan amada...

No podía creerse merecedora de estar allí, sin embargo, no se sentía rechazada. Ya no más.

Ya no se sentía sola. Jamás volvería a sentirse sola.

En cuanto se hubo calmado, su Padre la llevó hacia otra habitación, no sin antes llevar consigo la corona y el pergamino que se encontraban en el trono.

La otra habitación estaba grandemente iluminada, y en ella había cuatro tronos. Sus hermanos estaban de pie, cada uno delante de un trono. Sólo faltaba ella.

Había además, muchas otras personas importantes, entre ellas William y su familia. Ellos aún no sabían que pasaba y por qué habían sido invitados a una fiesta en el Palacio Real.

Obviamente se sorprendieron al ver a Coraline de la mano del Rey de Redova. Allí también estaban otros personajes de la Corte Real, entre ellos el Primer Ministro, junto a su hija Meryl.

Muchas otras personas que conocían la vida anterior de la princesa se quedaron pasmadas. Unas no podían creer lo que veían. Otras, como su hermano Ethan, decían para sus adentros: "Sabía que ella pertenecía aquí. Éste es su lugar".

Sin embargo, la que conocía verdaderamente la situación, era la misma Coraline.

Durante años estuvo perdida en sí misma, sólo que nunca lo supo hasta que encontró a su Padre.

Durante años buscó la manera de autoafirmarse, de encontrar su propio camino, y a muy corta edad perdió el rumbo. Sin embargo, aprendió lecciones muy importantes que le servirían el resto de su vida. La primera, es que no debes ir tan lejos para encontrar tu camino y tu destino. La segunda, y la más importante de todas: que no necesita probarle a nadie su valor. Su propio Padre le otorgó el valor, el amor y el coraje que necesitaba para cumplir con su misión; el ser Su hija y princesa de Redova.

La historia de una princesa, que no sabía que lo era.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora