Capítulo IX.- De la cima a la ruina, y del abismo a la luz

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Durante los días siguientes Coraline se dedicó a visitar todos los gimnasios y centros olímpicos que encontró, en busca de una oportunidad en el mundo deportivo: quería demostrar que era la mejor en su materia.

Por su parte Adam la seguía a todos lados, buscando ser discreto, pero al mismo tiempo que ella se enterara que vigilaba sus pasos.

Cada vez que Coraline lo veía no podía evitar sentirse molesta, pero trataba de concentrarse en lo suyo.

Por doquiera que iba los dueños de los gimnasios no querían admitirla por ser extranjera.

— ¿Qué quiere decir con que no califico para el puesto? – discutía ella con el dueño de uno.

—Mira niña, no importa qué tan buen atleta seas, no eres ciudadana Aistechiense. Todos aquí saben que los extranjeros no triunfan.

— ¡Eso es una gran tontería! – Protestó ella furiosa — ¡Póngame a prueba y verá que soy mejor que todos los arqueros que tiene reclutados aquí!

—Te he dicho que te fueras, ¡largo de aquí! – y le cerró la puerta en la cara.

Ella, molesta, tiró su aljaba y su arco al piso, y se sentó en el suelo. Una persona que había presenciado todo se acercó a ella.

—Son unos tontos, no saben distinguir cuando hay una verdadera estrella. — un hombre de mediana edad se aproximaba. Su voz era lenta, pero firme, y tenía una mirada perspicaz. Iba elegantemente vestido, llevaba un ocular, un sombrero de copa y un bastón de marfil. Se notaba que era un caballero de grandes recursos económicos.

Coraline levantó la mirada.

— ¿Quién es usted?

—Un placer bella dama – se quitó el sombrero e hizo una reverencia – Mi nombre es Nathan Brown. Soy un hombre que tiene buen ojo para los negocios, y he venido a proponerle uno a usted. Claro, si le interesa.

Entonces ella se puso de pie.

— ¿Qué clase de negocio?

—Verá, desde hace tiempo he querido abrir un gimnasio deportivo. Tengo el capital, pero necesito de algún deportista profesional para darle buena imagen a mi negocio. He visto a muchos de ellos pero ninguno me convence. En cuanto la vi a usted, me dije: "¡Aquí está la estrella que estoy buscando!" Tiene todo lo que necesito para encaminar mi empresa. Lo único que tiene que hacer son exhibiciones. Eso atraerá clientes, y desde luego mucho dinero. — Su mirada se iluminó.

Coraline meditó por un momento.

— ¿Con que exhibiciones, eh?

—Así es. Todo lo que tienes que hacer es demostrar tu talento de arquera frente a muchas personas para que accedan a inscribirse al gimnasio. Con tu talento, ellos creerán que pueden llegar a ser como tú. Y se inscribirán, dejarán su dinero y un montón de ganancias para nosotros.

— ¿Quiere decir que yo podré dar clases de arquería?

—No seas ingenua – lanzó una carcajada — ¿Quieres conformarte con ser maestra cuando puedes ser una estrella? Contrataré maestros para que hagan el trabajo rudo. Tú obtendrás fama y riqueza con el mínimo esfuerzo. Sólo exhibición, ¿comprendes? Con el prestigio que tu talento puede dar al gimnasio nos dará lo suficiente para que puedas vivir sin trabajar el resto de tu vida. Te aseguro que no te arrepentirás.

Mientras ellos dos hablaban, Adam observaba.

—Ese tipo no me da buena espina. — Se decía él – Debo intervenir de alguna manera.

Mientras más lo observaba, más le parecía familiar. Llegó hasta donde estaban ellos e interrumpió.

—Buenas tardes, caballero. De casualidad, ¿puede permitirme una palabra con la señorita? No me tomará mucho tiempo.

La historia de una princesa, que no sabía que lo era.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora