Capítulo III.- De vuelta a la ciudad.

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Sam siguió enseñándole a Coraline todo lo que sabía de equitación y armas, y la niña llegó a ser muy buena en ello.

Siguieron así hasta que murió, cuando ella tenía doce años.

Lo enterraron allí, en el Pueblo, pues es lo que él habría deseado.

Después de pasado el luto por algunas semanas, Rose tomó una decisión.

— Nos iremos de regreso a la ciudad – dijo firmemente.

— Pero mamá, ¿qué haremos en la ciudad?

— Hay muchas cosas que aún te falta por aprender, hija. Necesitas educarte como toda una señorita de sociedad. Tienes que conocer a otras personas. Necesitamos cambiar de ambiente.

— Nuestra casa se encuentra aquí. ¿En dónde viviremos allá?

— Tu padre y yo teníamos una casa en la capital. Sólo que decidimos dejarla y venirnos a vivir para acá. Pero ahora que Sam ya no está, es momento de regresar.

— A papá no le habría gustado que nos fuéramos.

— No, no es así. Tu papá y yo lo comentamos antes de que cumplieras los once años. Íbamos a mudarnos todos, pero ahora sólo iremos tu y yo. Así que empaca tus pertenencias, que nos vamos en un par de días. Ya está todo arreglado, llegaremos a nuestra casa y un carro llegará por nosotros. Por ello debemos estar listas.

Así pues, madre e hija se dispusieron a empacar. Coraline quiso dar un último paseo por el bosque y recordar viejos momentos. Se despidió de los árboles, del río y de los hermosos animales que había conocido allí cuando iba con su padre. Disparó unas últimas flechas en los blancos que Sam había colocado para que fuera a practicar.

Echó una última mirada al paisaje, lanzó un beso al aire en señal de despedida y cabalgó de regreso, junto a su fiel caballo Capitán.

Llegó el carruaje por ellas. Rose estaba elegantemente vestida, e hizo lo mismo con su hija.

El carro era de aquellos que usaban las personas importantes, elegante e imponente. Pero no tanto como el de un rey.

Ambas subieron al carruaje. Capitán era uno de los caballos que jalaban el carro.

Se despidieron de sus vecinos y agitaron sus manos, despidiéndose. Coraline derramó algunas lágrimas en cuanto se alejaban del Pueblo que la había visto crecer, y que ahora nunca la volvería a ver.

Tuvieron que viajar un par de días para llegar a Flowerland, la capital. Poco a poco desaparecían los árboles y se levantaban muros y torres, enormes mansiones y casas pequeñas; y personas por doquier, caminando.

Todo ello era nuevo para la chica, que había vivido toda su vida en el campo, rodeada de árboles y animales, viviendo en una choza de madera y no yendo a ninguna escuela. Sus padres la habían educado en casa.

Todavía no entendía esa clase de formalismos a la que la sometía su madre, por qué viajaban en un carro elegante y porque nunca le había mencionado nada de eso.

Pero como había sido educada con modales de ciudad desde pequeña, no tardó en acostumbrarse, aunque extrañaba el aire puro del bosque.

Al fin llegaron a su destino, y se detuvieron. El conductor les ayudó a bajar sus pertenencias y a acomodarlas en su hogar. En la casa de Rose y Sam había un pequeño establo, y acomodaron allí a su caballo.

— Muy amable, joven. — Rose le extendió unas monedas. — Ya puede retirarse, muchas gracias.

La anciana dama sacó unas llaves enormes y antiguas, pero bellamente decoradas y abrió el cerrojo.

La historia de una princesa, que no sabía que lo era.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora