Capítulo VIII.- En el extranjero.

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Coraline arribó el tren hacia Aistech. Llevaba el dinero justo para el boleto del tren y apenas dos comidas.

Hasta el momento se había sentido muy valiente al comunicarles a sus amigos que se iría de Redova y emprendería un viaje. Pero ahora que se encontraba lejos de su país, de sus amigos, y de todo lo que había conocido hasta ahora, se sentía terriblemente sola.

—Ni hablar, ya no hay marcha atrás. —Se dijo ella— Ahora me resta hacer acopio de todo mi valor y empezar a emprender ésta nueva vida. Además, siempre había querido viajar, conocer nuevas cosas. Ésta es mi oportunidad. Quizá podría empezar a formar una nueva identidad, lejos de lo conocido. Sí, apuesto que en Aistech descubriré realmente quien soy. —se dijo y sonrió.

Aistech era un país muy peculiar. No era para nada lo que Coraline había visto hasta el momento.

Edificios impresionantes, animales salvajes que habían sido domesticados paseaban junto a sus dueños, ropas extravagantes y personas altamente adineradas.

Se veía a un hombre paseando con un tigre, por otro lado un grupo de chicos arriba de un elefante o un grupo de chicas Aistechienses presumiendo sus bolsos de piel de cocodrilo.

Sí, Aistech era la capital de la vanidad del mundo conocido. Un país lleno de lujos y comodidades. Era evidente que era un país muy próspero y con grandes oportunidades de crecimiento.

Redova era un país próspero, desde luego, pero no era tan ostentoso como éste. Sus habitantes no se la pasaban alardeando de sus riquezas y poder, y siempre que podían ayudaban a los más necesitados.

En cambio, en éste nuevo país se notaba que todos estaban tan ocupados en su frívola vida que no les preocupaba lo que pasara a su alrededor.

Seguía absorta en sus pensamientos cuando de repente, a lo lejos, escuchó el llanto de una mujer de mediana edad.

— ¡Auxilio, auxilio, me han robado!—gritaba desesperada.

Coraline corrió tan rápido como pudo a auxiliar a la mujer.

— ¡No, no, la comida de la semana!— ella se llevaba sus manos al rostro— No, no puede ser.

Miró con compasión a la mujer y buscó entre sus pertenencias algo de comida.

—Tranquila, señora. Yo la ayudaré— y sacó de su bolsa dos piezas de pan y una naranja, que le había obsequiado William para el viaje.

—Muchas gracias, señorita. Le agradezco mucho. — e hizo una reverencia.

Coraline, en respuesta, también hizo una reverencia, pero en lo que se inclinaba para hacerla la mujer tomó su maleta y salió corriendo.

— ¿Qué? ¡La acabo de ayudar y con eso me paga!—y salió corriendo tras ella.

Ambas emprendieron una furiosa carrera calle abajo, intentando evadir a las personas que cruzaban, tirando a otras en el camino.

— ¡Alto ahí! ¡Alto ahí le digo, o dispararé!— Coraline ya traía su arco entesado.

La mujer seguía emprendiendo su carrera a toda velocidad.

— ¡Qué se detenga le digo! ¡Traigo un arma, y le dispararé si no suelta mi equipaje!

La mujer seguía corriendo cuando de repente tropezó y cayó de frente.

Un joven la había hecho tropezar.

— ¿Así es como agradece una buena acción?— su voz era severa. — Devuelva inmediatamente el equipaje a la señorita.

La mujer, asustada, dejó el equipaje y siguió corriendo.

La historia de una princesa, que no sabía que lo era.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora